sábado, 6 de abril de 2013

Hacia una estética provisional XIII

El Grupo se distanció de la fe en el arte. Se distanció de los mitos románticos descritos por Albert Beguin. No quiso dotar de extrañeza lo cotidiano, de trascendencia lo fútil, de “dignidad de desconocido a lo conocido”, como dijo Novalis. No quiso alcanzar el alma del mundo, ni el poder poiético de la naturaleza. Se propuso, en cambio, revisar y exponer el origen, funcionamiento y reciclaje de la estética romántica (en todas sus variables), y cómo llegó a constituirse en hegemonía. ¿Cómo se construyeron las tesis de la sensibilidad en torno al arte?, ¿quiénes las construyeron y quiénes las capitalizan?, ¿cuándo ciertas prácticas simbolizantes se valoran como arte; cuándo las llamamos prácticas artísticas y cuándo o por qué no?, ¿cómo funcionan las estructuras del sistema del arte?, ¿a quiénes benefician?

Partiendo de preguntas como éstas, el Grupo buscó deconstruir las premisas y las funciones económicas, políticas y éticas en que se fundan las tesis modernas del conocimiento sensible, de lo bello y del arte. Por eso no se puede hablar estrictamente de una estética del Grupo, ni de una poética. A lo sumo, y exagerando la perspectiva kantiana, se puede hablar de una poética trascendental. En todo caso, prefiero decir que el Grupo creó estrategias de lenguaje, retóricas, comunicacionales, reflexivas, críticas, pero siempre indirectas, simbólicas, o no organizadas ni enunciadas desde la razón instrumental. Estrategias que no aspiraban al conocimiento de lo humano a través del placer o del displacer, que no aspiraban a la experiencia estética.

Si la estética, como disciplina filosófica, permitió elaborar teorías del conocimiento sensible, si se planteó responder la pregunta ¿cómo es posible que la sensibilidad humana se organice ante los eventos del placer o el displacer?; y aún más, si la estética indaga en las posibilidades de conocer la experiencia humana a través del reconocimiento de la facultad (supuestamente universal) de sentir, entonces los eventos del Grupo no pueden entenderse estéticamente. O por lo menos no sólo estéticamente. Sus acciones no fueron hechas para obrar en nosotros sin finalidad, “o con finalidad sin fin”. No obran sensiblemente, no nos ponen en estado de contemplación. No nos invitan a comprender los órdenes del sentimiento que la naturaleza y el artista dejaron, como impronta, en la obra. En cambio, nos ponen en situación política: nos hacen comprender cómo se gestan y se ejecutan las acciones y las decisiones que, en o desde el campo del arte, buscan administrar y regir --hegemónicamente-- los órdenes del sentimiento.

También nos ponen en situación teórica, en el sentido post estructuralista de la palabra “teoría”, o en el sentido en que Jonathan Culler definió “el género de la teoría”. Según John Beverley, esa definición, que llegó a entenderse como una práctica política, se fundaba en el “radicalismo nominalista” del estructuralismo saussuriano:[1]
Si los estructuralistas tenían razón, entonces no sólo nuestra manera de percibir las "cosas" del mundo, sino también su identidad como cosas o estados, dependían del sistema semiótico, o langue, en el cual estuvimos inmersos. Más aún: nuestra propia identidad como sujetos conscientes del mundo era un "efecto del significante". (John Beverley)
El resultado de esto fue que el Grupo se situó fuera de la visualidad y la objetualidad modernista, fuera de la estética, o al menos en sus fronteras. En muchos casos, redujo la estética a una dimensión utilitaria. La usó para crear situaciones críticas. En ellas el espectador podía convertirse en un actor político: en un sujeto que no podía quedar indiferente ante “los efectos del significante” del arte, o del mundo del arte, y debía fijar una posición. Después de enfrentarse con el Grupo Provisional, el espectador tenía la posibilidad de escoger entre seguir siendo un actor pasivo del campo cultural o convertirse en un sujeto conciente de las estructuras de poder del campo, y actuar a partir de esa conciencia.

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[1] “La teoría puede ser vista en cierto sentido como el efecto de la descolonización en los centros de saber de las antiguas metrópolis coloniales-imperialistas. Es decir, aunque producida inicialmente en o desde Europa, y sobre todo Francia, la teoría obedecía una voluntad histórica; posteuropea y postcolonial.”

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