lunes, 28 de enero de 2013

Hacia una estética provisional IX

Es cierto que el Grupo dirigió sus experiencias casi exclusivamente hacia el campo del arte, y enmarcó en ese terreno sus discursos. Pero también es cierto que el centro de esos discursos se movía hacia  afuera del campo, hacia el problema general de la hiper reproductibilidad de la significación. Como el arte ha sido históricamente el campo de la representación, funcionó como caso, como modelo, para pensar el problema mayor de la producción de sentidos. Además, ya sabemos que lo distintivo del arte contemporáneo es su obsolescencia, su caducidad, su condición de laboratorio abandonado, frente al expansionismo de las herramientas del arte en todos los estadios de la cultura.

El lema de El salón tiburón, “la transparencia del simulacro”, refiere al dilema o la paradoja de eso que Jean Baudrillard llamó la “era del simulacro de tercer orden”, la era del capitalismo afectivo, verde, etc. La era de la profusión de los signos de la cultura, en la que se cumple el proyecto occidental de transferirlo o trascribirlo todo (naturaleza, humanos, cosmos, caos, dioses) al mundo de los signos, al lenguaje. Entender sin sobresaltos las maneras, las estrategias y las estructuras de esa transferencia, dejar de ser inocentes ante “la cultura del espectáculo”, me parece que fue el problema más importante que nos planteó el Grupo.

Hoy sabemos que el arte no es el único campo de la representación. Estamos obligados a tener conciencia de los procesos de construcción o de reciclaje de significaciones, hegemónicas o no. En los últimos treinta años hemos participado del develamiento de esos procesos. Existen comunidades enteras y subjetividades despiertas que saben distinguir la trama, la forma y la edición de la cultura. Es como si tuviésemos más Tom Wolfe entre nosotros, o por lo menos una mejor “cultura de la cultura como edición”, como puesta en escena, como manipulación, o algo así como una visión técnica de la cultura. Todos somos hoy, en alguna medida, críticos culturales.

O todos estamos obligados a serlo. Las herramientas digitales de autoedición nos obligan a ser concientes de nuestra participación en ellas. Sin nuestra voluntad de autoeditarnos, esas herramientas no tendrían sentido. Por eso Youtube nos dice: “broadcast your self”; y es como si nos dijera: “haz transparente el simulacro”: recicla tu imagen, reproduce, plagia, trascribe, corrompe las retóricas de la representación.

“La transparencia del simulacro” sería la forma más concreta de la hiper reproductibiliad de la trascripción. “Hiper”, porque ya no se trata sólo de la trasferencia del mundo al lenguaje, sino de la profusión de la transferencia misma. De tanto transcribir, de tanto fotocopiar, fotografiar, de tanto plagiar las formas del lenguaje, de tanto reproducir las formas de la representación, nos quedamos con la estructura desnuda del signo sin referente, sin realidad que trascribir. Queda entonces sólo la transferencia pura, su concreción, su materialidad: su proceso.

Eso es lo que encontramos en El salón tiburón: la concreción de los signos del mundo del arte. También encontramos la trascripción de esos signos en otros signos, no nuevos, ni mejores, pero sí hiper eficientes; tanto, que ya no importan los signos en sí mismos, las obras de arte propiamente dichas, sino las formas transparentes del plagio, del engaño: el simulacro del salón de arte.
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Ver también: ////  Hacia una estética provisional VIIIHacia una estética provisional VII / Hacia una estética provisional VI / Hacia una estética provisional V / Un epígrafe para el trabajo sobre el Grupo Provisional / Hacia una estética provisional IV / Hacia una estética provisional: algunos presupuestos teóricos y metodológicos  / Hacia una estética provisional III / Hacia una estética provisional II   /  Hacia una estética provisional I