domingo, 13 de septiembre de 2015

Acciones estéticas 3

El desplazamiento y la pérdida de la autonomía del arte, que implica el quiebre de la ontología y la religión del arte, se ve en el auge del diseño, el mural callejero (de Siqueiros al Ejército Comunicacional de Liberación) y en el accionismo en el arte contemporáneo, que casi siempre está a medio camino entre varios tipos de trabajo y diversos vínculos sociales. Esto hace que a un taller de diseño gráfico --incluso si trabaja directamente para el poder económico trasnacional-- le cueste identificarse como un taller de artistas. Igual le ocurre tanto a los colectivos muralistas o gráficos en general, como a músicos y escritorxs que trabajan en, desde y para el mundo de vida popular: que prefieren reconocerse como agitadores políticos, culturales y comunitarios, o como comunicadorxs. En ambos casos, la categoría “artistas” (como categoría sustantiva) preocupa muy poco o nada.

Vivimos la era en que los antiguos oficios artísticos se han disuelto en muchos otros oficios. Disolución que reduce el arte a una dimensión de utilidad. También deja en evidencia al campo del arte y de la producción de imágenes como un factor importante del mercado de las imágenes y de la “somato-significación”. Frente a ese campo hay por lo menos tres actitudes: la anarco-izquierdista clásica, que ve el mundo institucionalizado de las imágenes (y en general toda hegemonía) como una cosa aborrecible y como la fuente de toda alienación. Por otro lado está la actitud de completa sumisión conciente o inconciente ante las exigencias del campo; sumisión fundada en la idea de la libertad de creación y de expresión. Estas dos posturas conciben el campo institucionalizado de la producción de imágenes como un mundo cerrado, como un cosmos perfecto y completo.

La tercera actitud es la de quienes ven ese mundo como una “totalidad limitada”, cerrada sobre sí misma, construida por actores específicos y llena de orificios permeables, de la cual es imposible no participar. Pero la participación consiste en el uso aprovechado de ese mundo cerrado, de sus escenarios y sus lógicas como herramientas muy útiles para ejecutar agendas al servicio de la insurgencia y la insumisión, que no son reducibles a ningún campo. Gentes como Juan Carlos Rodríguez y Argelia Bravo (del mundo del arte contemporáneo), la Campaña Venezuela Libre de Transgénicos, el Comando Creativo y tantos otros colectivos, utilizan el campo institucional de la producción de imágenes como lo que es: como una herramienta para poner a circular contenidos y estrategias de subjetivación, para producir reconocimiento y prestigio social, para acceder a financiamiento o para diseñar y ejecutar políticas públicas con y desde el pueblo.

El fin de estos actores no es acabar con el mundo de la comunicación y del arte, ni destruirlo desde sus entrañas, ni negarlo y obviarlo, ni tratarlo como el diablo o el mal radical. En todo caso el fin consiste transformar ese mundo; pero más aún: en reutilizarlo, reciclarlo para beneficio colectivo. Es como si mientras la mediática transnacional nos bombardea con sus misiles simbólicos, logramos capturar algunos, los reconfiguramos, los mejoramos, les cambiamos la dirección y sus modos de uso. ¿No fue eso lo que hizo Chávez desde el 4F? Su estrategia no fue acabar con la televisión o la radio, sino tomarlas por asalto en su momento de mayor penetración cultural, y convertirlas en vehículos de nueva hegemonía.