jueves, 1 de septiembre de 2016

La modernidad compró nuestra subjetividad y nos dejó una burbuja

Se tiende a pensar que hoy (y al menos desde 2012) nuestros vecinos del sur están en mejores condiciones de vida que nosotros. Incluso tenemos una diáspora venezolana en latinoamérica. Una diáspora de profesionales que ven en esos países la posibilidad de continuar el ascenso social truncado en Venezuela.

Pero nuestros vecinos no pasan menos hambre, ni tienen más acceso a bienes. Sólo una porción privilegiada de nuestros vecinos lo consigue “todo”, eso sí. Lo que pasa es que en esos países la burbuja de la modernidad se mantiene inflada, especialmente para los sectores que reproducen la sensación real de estabilidad económica y sociopolítica, y que ayudan a inflar la burbuja. Pero incluso esos sectores no son menos pobres, porque la mayoría vive de la venta de su subjetividad. Usted puede tener la nevera repleta y acceso a “casi todas” las comodidades de la modernidad, pero aún así usted mismo (obligado) ha vendido su subjetividad.

En Venezuela reventaron (reventamos) la burbuja. Las causas y razones de ese reventón son complejísimas. Lo cierto es que aquí, en este instante, el capital muestra su verdadera cara. En Colombia y Chile el capital mantiene el estatus quo, o la ilusión de estatus quo, que los aparatos mediáticos y la industria cultural convierten en referentes de vida (referentes sicológicos, sensibles, afectivos, sexuales, relacionales, políticos y económicos).

Aquí la ilusión fue desmontada. Los sectores sociales que trabajan para acceder a ese estatus quo (que es el pueblo empobrecido, sobre todo ese que llamamos “clase media” o apirante a clase media), siente perdido esos referentes. Los siente fuera de su alcance. Y el desmonte de la ilusión de progreso y desarrollo es profundamente doloroso, porque, con o sin conciencia, esa ilusión había subsumido nuestras energías vitales. Nuestras ganas de vivir se identificaron de tal manera con la burbuja, que terminaron por convertirse en la misma ilusión que alimenta la burbuja, y en un factor fundamental de su reproducción (inflación). Reventada la burbuja, nuestras vidas quedan a la deriva.

Una pequeña porción de nuestros vecinos del sur puede hoy tener de todo, pero en cualquier momento se quedan sin nada. Porque la burbuja funciona con la misma lógica de un dealer de drogas ilegales y legales: nos intoxica de placeres fáciles hasta tal punto que nuestra vida depende de cómo el dealer, y el sistema farmacéutico que lo esclaviza, necesitan administrar esos placeres. De igual manera funcionan los demás aparatos neoliberales de control y gestión del placer.

A lo mejor “usted y sus hijos” lo tienen todo, “su seguridad y la de su familia” están garantizadas… a lo mejor, ¿pero y la de sus descendientes en cinco o diez generaciones? En cualquier momento se quedan en la nada, siendo lo que todxs en verdad somos: pobres. Porque al poner en venta nuestra subjetividad aceptamos que fuese convertida en propiedad privada; y los propietarios pueden disponer de ella como les convenga. Recuerden que, según el derecho burgués, la propiedad vale más que la vida.