lunes, 20 de noviembre de 2017

Y dicen que aquí no hay racismo

En Venezuela se cree que no somos un pueblo racista, que aquí no tenemos ese problema. En general, nos consideramos muy tolerantes. Estamos muy marcados por la narrativa de la nación criolla. El discurso del mestizaje, en auge entre los años 30 al 60, reforzado luego con el multiculturalismo neoliberal, es aún muy fuerte entre nosotros.

Sin embargo, con ojo, oído y estómago descolonial nos damos cuenta de lo contrario. En los chistes que día a día circulan en nuestra oralidad, el racismo y el sexismo nos determinan. Decimos “negro de mierda”, para insultar a un hermano, e incluso para bromear con él. En la escuela, se le sigue llamando “color carne” al beige u ocre claro. En las ciudades, nuestros principales productos “alimenticios” son todos blancos o blanquedos. Azúcar, harina de maíz blanco, de trigo y leche. La blancura y “finura” de estos productos es comercializada como garantía de higiene, estatus, ascenso social y progreso (incluso como supuesta garantía de liberación de las mujeres).

El ideal sexual criollo es la de una piel morena-blanqueada, cabello liso, senos grandes y brazos débiles, en el caso de las mujeres; y musculoso, alto y sin bello, moreno-blanqueado en el caso de los hombres. Pero, para ambos, los rasgos distintivos del rostro son los de un hombre o mujer caucásica-nor europea. Esto es patente desde la estatuaria pública del siglo XX hasta los programas y comerciales de televisión, pasando por toda clase de representaciones mediatizadas.

Todo esto es así, y más, pero suele pasar como cosa tan natural, tan normalizada, que no se ve su origen de desigualdad construida, de jerarquía que aplasta las particularidades y las diferencias de las personas y las comunidades.

Sin embargo, la burbuja mestiza revienta de vez en cuando. Como acaba de ocurrir en las “guarimbas” (2017), durante la más reciente fase violenta del golpe lento a la revolución bolivariana. Allí las jerarquías moderno/coloniales de raza no pudieron esconderse. Como en otras oportunidades, las movilizaciones anti-revolución tuvieron un color: el blanco. Y no me refiero a que la gente se vistiera de blanco, como de hecho lo hicieron y lo hacen, sino que, además, asumieron el blanqueamiento como identidad. Lo mismo si era una mujer descendiente de inmigrantes italianos o un joven descendiente de afro-venezolanos. Ambos, en esos espacios, asumieron y asumen un discurso de “profilaxis” racial autoimpuesta. Ambos, desde una profunda vergüenza étnica, reclaman la pérdida de los privilegios sociales que, según creen, ese blanqueamiento les otorga. Por eso se auto-representan como el grupo político y social de la gente decente, en contraposición al lxs chavistas, que son representados como “tierrúos”, incivilizados, biológicamente incapaces, flojos y ladrones.[1]

Esto llevó al extremo de que varias personas fueron ascesinadas por atribuirles esa no-blancura, o porque mostraron esa no-blancura atribuida en contextos dominados por grupos políticos y sociales de mayoría opositora. Una mujer que caminaba en la misma dirección de una marcha chavista fue asesinada con un objeto contundente arrojado desde lo alto de un edificio. Un joven fue quemado vivo por negro. En ambos casos el origen de la agresión es el racismo estructural de nuestra sociedad.

En la Venezuela supuestamente no racista, esa que asume el discurso hipócrita de Unicef, veo un claro puente, una clara secuencia social entre el “color carne” que enseñan en la escuela y la consigna de “muerte a lxs chavistas”. En nuestra Venezuela tolerante y de gente decente, la narrativa del mestizaje sirve para controlar nuestros patrones de consumo de alimentos, y así generar dependencia cultural de una “profilaxis tacto-gastro-palatal”, como sucede con productos como pan, leche, azúcar y “Harina-Pan”. Sobre el ocultamiento de nuestro racismo se erigen todas nuestras jerarquías sociales, políticas, éticas, pedagógicas y estéticas. Esas jerarquías son vías y vehículos de nuestras desigualdades, las que se nos importan y las autoimpuestas.

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[1] Es interesante lo que al respecto propone Reinaldo Iturriza, la idea de que tal representación racista del chavismo la imponen, al mismo tiempo, la derecha y poderosos sectores del chavismo oficial.

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