viernes, 19 de agosto de 2016

Vendimos nuestra subjetividad

Para mí, el nudo de la crisis está en que, generacionalmente, se nos olvidó la experiencia de tener soberanía de vida. Papá cuenta que su abuelita del campo tenía su trapiche, su caña, su vaquita para su queso, y que no compraban casi nada sino ropa, quizás, muy poquita cosa. Sin embargo, un buen día mi abuela se fue de ese campo, jovencita como estaba, a buscar una mejor vida en las petroleras de Punta Cardón. En el campo lo tenía todo, pero no progreso y desarrollo. Y, pues, terminó en Caracas, en los Magallanes.

Yo creo que, en medio de esta revuelta económica, no hemos medido suficiente las consecuencias del despojo cultural al que fue sometido el campo. La cultura del conuco fue despojada de su condición de cultura. Había que buscar la cultura en los libros, y eso fue lo que hicimos. Ahora tenemos maestrías y escribimos artículos académicos, pero no tenemos comida. ¿Por qué? Porque en esa venida al desarrollo vendimos nuestra corporeidad, que era lo único que nos quedaba, a cambio de cupos en la universidad y trabajo asalariado. Vendimos nuestra subjetividad, que era lo único que nos quedaba, después que nos fuimos --“nos fueron”-- del conuco. Y nuestra subjetividad fue reducida a la dependencia. Reducida porque, en otros tiempos, antes del despojo, la subjetividad era fuente de vida: atada a mitos, a saberes en forma de historias, a ritmos de vida, a autoabastecimiento, a un reparto equivalencial de los excedentes.

Lo que hoy se hace evidente es que nuestra subjetividad dependiente (del progreso y el desarrollo, del bienestar social, del estatus quo mayamero-eurofílico, de la capacidad de consumo, de la seguridad pública y del Estado) es el fundamento del capital. Ya no la clase obrera de la fábrica, sino la gente empobrecida, que hoy día somos más del 90% de la población mundial.

A mi abuela “la fueron” del conuco. No hay progreso sin la destrucción histórica de nuestras experiencias de soberanía de vida. Teníamos que quedarnos desnudos. No tuvimos opción. El conuco fue empobrecido al sacarle lo que más le daba valor: nuestros placeres, que fueron y siguen siendo atrapados como moscas por la trampa de la libertad individual capitalista, la trampa del desarrollo personal, del “tu futuro está en tus manos” del dedo apuntador del tío Sam, y que hoy se traduce en la esperanza de que, algún día, cuando todo esto pase, volveremos a viajar a Europa y a no tener que moler maíz todas las noches.

¿Tú sigues creyéndote esa?