sábado, 17 de septiembre de 2011

Una verdad viva: Luigi Scotto


Los editores no lo querían y los políticos le tenían miedo. Reinventó el periodismo fotográfico en Venezuela. Fue sargento del ejército italiano durante la segunda guerra mundial. Compró un caballo en el mercado de Quinta Crespo y subió cabalgando hasta su casa de San Bernardino, sólo para que sus hijas lo vieran como un ingenioso hidalgo. Luigi Scotto, ese romano que en 1947 decidió quedarse en Caracas, fue un maestro de la imagen entendida como noticia y como herramienta crítica de la opinión pública.

Una vez dijo que en su vida profesional le había tocado hacer de todo: amarillismo, sensacionalismo, retratos sicológicos, paisajismo y erotismo. Sus imágenes aparecieron en casi todas las publicaciones periódicas importantes venezolanas, desde los años sesenta hasta 1992. Trabajó en la revista Élite, en Últimas Noticias, en el Diario de Caracas y en El Nacional, así como en otras publicaciones menos conocidas (como el vespertino Al Cierre). Pero era fotógrafo antes que “reportero gráfico”, según dijo en más de una entrevista. Creyó en la fotografía como ejercicio de análisis y de reflexión política y social. Suya es esa frase, que debería convertirse en un lema gremial: “la fotografía es un acto predatorio con un sentido existencial. Es tensión, es espera. Es un acto de amor”.

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Con Scotto aprendemos que la fotografía tiene la facultad de convertir la realidad en una imagen, y que por eso puede también hacernos ver la realidad desde el ojo de la imagen. El mundo se vuelve una escena, una máquina manipulable, con personajes actuando en el espacio y en el tiempo de la ficción. La existencia de ciertas cosas comienza en el ojo artificioso del fotógrafo. Hay que fotografiarlas para que existan. Si no, no podríamos ver lo que el fotógrafo ve, y la reconstrucción ficcional de ciertos accidentes se perdería en el ocaso de los eventos y de los objetos. “Fotografiar es saber ver lo que los demás no ven”, decía Scotto.

Ganamos una experiencia del mundo cuando vemos una buena fotografía; incluso ganamos una experiencia extra sensorial. Somos partícipes de un secreto entre el fotógrafo y lo fotografiado. Ese secreto, como dijo una vez Scotto recordando a Niépce, sugiere la posibilidad de tocar lo vivo, de resguardar en la imagen un alma y de hacer visible el discurso de la naturaleza dentro de los límites de la copia fotográfica. Nosotros recorremos esos límites como si bordeáramos un microcosmos, y desde allí vemos la existencia de un nuevo mundo que es a la vez mínimo y total.

Los personajes de Scotto se parecen al mundo que él nos descubrió. A veces son las grandes figuras políticas reducidas a simples mortales, y otras veces son figuras casi anónimas que aparecen dignificadas y engrandecidas (pero sin sobresaltos) por el poder narrativo de Scotto. Entre el Maestro Abreu, derrotado y solo en medio de la Plaza Bolívar, y el cuerpo desnudo de Azalea Quiñones (una de las “revulsivas”) no hay mucha diferencia. El primero aparece como una figura pública dignificada en su fracaso, despojado: sin énfasis, sin retórica grandilocuente; en la fotografía de Azalea Quiñones hay también narración sin énfasis: la desnudez de Azalea es tan llana como su foto.

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Si Scotto desentonaba, si era visto como un fotógrafo “fuera de lugar” (o que en todo caso había que "sacar del lugar") era porque no procuraba la celebración esnobista de la gracia o de la desgracia, sino el reconocimiento de una verdad chiquita y por eso trascendental. Frente al periodismo escandaloso y sin inteligencia reflexiva, Scotto buscó, como pocos, la imagen para la reflexión, la que habla sin agotarse en su función comunicativa. Porque no es sólo que la fotografía nos diga algo sobre el mundo, algo que reconocemos como una verdad, espiritual o empírica; es que, sobre todo, la fotografía nos habla de ella misma y de su capacidad para elaborar un conocimiento de las cosas. Tiene un fundamento crítico que quizás se hace más visible en el periodismo o en la fotografía documental que en otros géneros del discurso fotográfico.

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En la fotografía documental la ficción se torna útil: la metáfora se pone al servicio de la comunicación. Una imagen de Scotto puede ser muy elocuente, pero su objetivo no es la belleza sino la opinión justa, la disertación en torno a un problema en el que debemos pensar, no teoréticamente sino políticamente. Era un ensayista que no escribía con letras sino con luces y plata sobre gelatina.

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Esso Álvarez ha dicho que Luigi Scotto desarrolló el concepto de la fotografía editorial, porque acomodaba los contenidos de su discurso con la agudeza crítica de un editor. Una imagen suya le daba a la página un carácter editorial distinto: generaba, casi siempre al margen de las exigencias del medio, una matriz de opinión. El ejemplo que tengo en mente para demostrar esto es aquella foto en la que un grupo de guardias nacionales aparece formado frente a un cine, de esos viejos cines caraqueños que exhibían en la fachada el nombre de la película, y que en este caso era “Los gansos salvajes”. No es difícil imaginar la fuerza política de esa imagen en la página del periódico, su poder para “acomodar” los contenidos de la página en torno al discurso fotográfico.

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Como editor o como ensayista, el lenguaje de Scotto era uno solo, y es reconocible por su llaneza, por la escasez de énfasis, pero sobre todo por su sutil y afilado sentido del humor, parecido al de Martínez Pozueta pero más crudo, y que es su marca, su estilo. En una fotografía de 1985, hecha para cumplir una pauta en la Avenida Boyacá, se ve, o más bien se vislumbra una pequeña valla entre un montarral crecido. En la valla se lee, a duras penas: “Este jardín fue construido con la contribución voluntaria de los obreros y empleados de la inspección de las obras: Av. Boyacá, tramo San Bernardino-Av. Baralt”.

Con esa imagen menor recordamos que para Scotto el fotógrafo no era un simple ilustrador de la noticia sino un productor de sentido, un intérprete conciente de su poder para deshacer y para recomponer, según las exigencias de su arte, lo que interpreta: el poder de enunciar, no la detención del tiempo ni la impresión del instante, sino lo que el instante lleva por dentro, su acontecer, el presente de su verdad.

Luigi Scotto documentado por la Biblioteca Nacional de Venezuela

Una verdad viva, en palabras de Luigi Scotto

"Creo que donde he trabajado he logrado cambiar la actitud de los redactores hacia los fotógrafos. Siempre he dicho que antes el fotógrafo era como el burrito que acompañaba al redactor para ser su auxiliar. Eso conmigo desapareció, porque cada uno tiene herramientas y puntos de vista distintos de los hechos". (Economía hoy, 1992)

"El fotógrafo es un depredador". (El Nacional, 1987)

"Me gusta descubrir lo oculto, lo que queda por dentro del individuo, su temor inconfesado que siempre tiene algo de ternura". (El Nacional, 1986)

"Tal vez Los revulsivos sea una necesidad de síntesis, de claridad, de identificación visual ante una sociedad decadente en las que el conformismo tiene profundas raíces históricas". (Luigi Scotto, 1987)

"Se trata de la búsqueda del dato que desentona, del detalle aberrante y sin retórica que se descubre a través del visor de la cámara, penetrando en el alter ego del personaje". (El Nacional, 1986)

"La fotografía tiene valores comunicacionales. Hay que interpretar los códigos sociales, éticos y sicológicos para hallar una claridad plástica en la fotografía”. (El Nacional, 1986)

"Esa búsqueda [la búsqueda de la imagen], bien dirigida, sin énfasis que la distorsione, puede llegar a un lenguaje realmente interesante en el plano periodístico". (El Nacional, 1986)

"Yo busco en la imagen una verdad viva”. (El Nacional, 1986) 


Para seguir investigando: algunas fuentes biblio-hemerográficas:

Carlos Abreu: La fotografía periodística: una aproximación histórica. CONAC. Caracas, 1990, p. 312.

Esso Álvarez: “Luigi Scotto, el escéptico”, en Economía hoy, 23 de octubre de 1992, p. 20.

Esso Álvarez: “Scotto, In Memoriam”, en El Nacional, 27 de octubre de 1994, C-12.
Laura Antillano: “Los revulsivos de Scotto”, en El Nacional, 27 de septiembre de 1987, s.p.

Elizabeth Araujo: “Adiós al ladrón de imágenes”, en El Nacional, 18 de octubre de 1992, Domingo-8.

CINAP: S 121.

Hugo Colmenares: “Luigi Scotto se fue tras los pájaros”, en El Nacional, 16 de octubre de 1992, C-20.

Diana Gómez: “Los fotógrafos nunca mueren”, en El Universal, 16 de octubre de 1992, p. 4-1.

Milagros González Cebollada: “Luigi Scotto”, en Diccionario biográfico de artistas venezolanos, Fundación Museos Nacionales, Caracas, 2005, pp. 1218-1220.

José Ramón Díaz: “Luigi Scotto: de corresponsal de guerra a cámara indiscreta en Caracas”, en El Nacional, 21 de junio de 1980, C-3.

Maritza Jiménez: “Luigi Scotto, amor ternura e ironía para mostrar a Roma”, en El Universal, 30 de junio de 1982, p. 4-1.

Maritza Jiménez: “La importancia de ser revulsivo”, en El Nacional, 18 de septiembre de 1987, s.p.

Maritza Jiménez: “Luigi Scotto, y de repente la noche”, en El Universal, 16 de octubre de 1992, p. 4-1

Museo de Artes Visuales Alejandro Otero: Diarismo a cuestas. Fotoperiodismo hoy. Texto de Esso Álvarez. Caracas, 1992.

Santos López: “Luigi Scotto, ese maldito que soy”, en El Nacional, 29 de julio de 1986, C-2.

Santos López y Luigi Scotto: “Los revulsivos”, en… , 20 de septiembre de 1987, pp. 4
Luis Losada Soucre: “Un talento fotográfico que no encuentra editor”, en El Diario de Caracas, 30 de junio de 1982, p. 27.

Omar Lugo: “Luigi Scotto: la verdad de la imagen cambia según el ángulo en que se capte”, en El Nacional, 21 de febrero de 1988, C-21.

Miriam Morillo: “Luigi Scotto inaugura hoy muestra de 50 fotografías”, en Últimas Noticias, 1 de julio de 1982, p. 10.

J.P.: “Con Luigi Scotto muere un poco el amor fotográfico”, en El Diario de Caracas, 16 de octubre de 1992, p. 8.

Víctor Manuel Reinoso y Hugo Colmenares: “Luigi Scotto, cazador del instante fugaz”, en El Nacional, 4 de octubre de 1992, C-2

s.a: “Luigi Scotto: un enamorado de Roma”, en El Nacional, 1 de julio de 1982, C-24.
Luigi Scotto: “Soy el mismo, pero…”, en El Nacional, 3 de mayo de 1988, C-17.

s.a: “El lente de Luigi Scotto, premio del a Gobernación”, en El Nacional, 16 de julio de 1991, C-10.

http://www.hableconmigo.com/2010/01/21/%C2%ABse-puede-hacer-de-todo-menos-mentir%C2%BB/

sábado, 3 de septiembre de 2011

ECL: Mural y luces


Cuando se funda en juicios morales, la escritura del crítico se debilita. Sin reflexión, sin el intento de decir lo que no se puede nombrar, la escritura se parcializa, es decir, se agota. Así ocurre con el texto Odiar a Caracas de Roberto Guevara. Todo el posible poder de ese texto se acaba en su título, que podría ser el lema de nuestras vidas. El resto es un paisaje moral, y hasta moralista, que yo sé que muchos caraqueños compartirán. En el último párrafo se lee:
Con una ciudad de crecimiento maligno estamos ahora frente a un panorama que convierte a Caracas en un barrio chino de Nueva York o San Francisco. Una ciudad maltrecha, abochornada por mutilaciones y deformaciones, que ha visto el deterioro como un signo cotidiano de la calidad de su ambiente. ¿Será posible detener tanto odio y destrucción contra el futuro? ¿Será si quiera posible que alguien, institución, gremio o individuo decida no ser cómplice silencioso? 
Todos esos adjetivos dejan al lector sin territorios para la reflexión. Abren, eso sí, el camino de la queja (que tanto cultivamos los caraqueños). Sin ambigüedad, sin sentido estético (entiéndase, sin juicio reflexionante), el párrafo activa menos el placer que la simpatía o el rechazo superficiales. La pregunta con la que cierra recuerda la tradición de la culpa. Pero así son las cosas: el crítico de arte es también un sujeto moral.

En la otra orilla del texto de Guevara me encuentro con uno de Cabrujas, al que siempre regreso. En ese otro texto los juicios morales sí funcionan porque están determinados por la ambigüedad y por las herramientas ficcionales de la escritura. Cabrujas, como Guevara, habla de su vida para hablar de Caracas. Pero si Guevara lo hace atrabiliaria y quejumbrosamente, Cabrujas sostiene su texto sobre un malsano sentido del humor; artiza o manipula los juicios morales, y así los convierte en falsos juicios, en juicios estéticos:
Vivo en una ciudad siempre nueva, siempre reciente, pero que sólo puede conocerse a través de una nueva arqueología: la arqueología del derrumbe. El pasado nunca me hizo falta para vivir en ella. Me atrevo a exhibir, hasta con cierta jactancia, que provengo de un pueblo de grandes derrumbradores, un pueblo demolicionista que hizo del escombro un emblema. Caracas es un monumento enterrado una y otra vez. De allí que la demolición ha sido, durante muchos años, nuestro principal sentido arquitectónico. 
El Ejército Comunicacional de Liberación acaba de hacer un libro que se parece bastante a esas palabras de Cabrujas. Es un libro que quiere ser como Caracas: un libro sobre el sentido existencial y estético (u Oestético, como diría José Roberto Duque) de nuestras demoliciones. Un libro que comienza manipulando el lema bolivariano, y que hace del muro pintado su única moral.

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