sábado, 3 de septiembre de 2011

ECL: Mural y luces


Cuando se funda en juicios morales, la escritura del crítico se debilita. Sin reflexión, sin el intento de decir lo que no se puede nombrar, la escritura se parcializa, es decir, se agota. Así ocurre con el texto Odiar a Caracas de Roberto Guevara. Todo el posible poder de ese texto se acaba en su título, que podría ser el lema de nuestras vidas. El resto es un paisaje moral, y hasta moralista, que yo sé que muchos caraqueños compartirán. En el último párrafo se lee:
Con una ciudad de crecimiento maligno estamos ahora frente a un panorama que convierte a Caracas en un barrio chino de Nueva York o San Francisco. Una ciudad maltrecha, abochornada por mutilaciones y deformaciones, que ha visto el deterioro como un signo cotidiano de la calidad de su ambiente. ¿Será posible detener tanto odio y destrucción contra el futuro? ¿Será si quiera posible que alguien, institución, gremio o individuo decida no ser cómplice silencioso? 
Todos esos adjetivos dejan al lector sin territorios para la reflexión. Abren, eso sí, el camino de la queja (que tanto cultivamos los caraqueños). Sin ambigüedad, sin sentido estético (entiéndase, sin juicio reflexionante), el párrafo activa menos el placer que la simpatía o el rechazo superficiales. La pregunta con la que cierra recuerda la tradición de la culpa. Pero así son las cosas: el crítico de arte es también un sujeto moral.

En la otra orilla del texto de Guevara me encuentro con uno de Cabrujas, al que siempre regreso. En ese otro texto los juicios morales sí funcionan porque están determinados por la ambigüedad y por las herramientas ficcionales de la escritura. Cabrujas, como Guevara, habla de su vida para hablar de Caracas. Pero si Guevara lo hace atrabiliaria y quejumbrosamente, Cabrujas sostiene su texto sobre un malsano sentido del humor; artiza o manipula los juicios morales, y así los convierte en falsos juicios, en juicios estéticos:
Vivo en una ciudad siempre nueva, siempre reciente, pero que sólo puede conocerse a través de una nueva arqueología: la arqueología del derrumbe. El pasado nunca me hizo falta para vivir en ella. Me atrevo a exhibir, hasta con cierta jactancia, que provengo de un pueblo de grandes derrumbradores, un pueblo demolicionista que hizo del escombro un emblema. Caracas es un monumento enterrado una y otra vez. De allí que la demolición ha sido, durante muchos años, nuestro principal sentido arquitectónico. 
El Ejército Comunicacional de Liberación acaba de hacer un libro que se parece bastante a esas palabras de Cabrujas. Es un libro que quiere ser como Caracas: un libro sobre el sentido existencial y estético (u Oestético, como diría José Roberto Duque) de nuestras demoliciones. Un libro que comienza manipulando el lema bolivariano, y que hace del muro pintado su única moral.

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