viernes, 27 de octubre de 2017

No entiendo nada de metodología. Nota sobre trabajos de investigación en UNEARTE-Caracas

Nota introductoria: estas palabras parten de dos incomprensiones: la primera es que durante mis 16 años en la Escuela de Artes de la UCV --- como estudiante y profesor— nunca entendí por qué el 80% de las tesis tenían una misma estructura, de lo teórico abstracto a lo concreto, de la historia de la humanidad a la cosa específica, al caso de estudio, que casi nunca era tratado a pronfundidad, ni por qué estaban basadas prácticamente en un pequeño puñado de referentes teóricos. La segunda incomprensión es por qué sucede lo mismo en UNEARTE, siendo una universidad experimental, transdisicplinaria, política y andragógica.

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No entiendo nada de metodología. Cuando los metodólogos hablan me parece que se arrojan sobre sí una cosa ajena que después le lanzan a uno encima, como para que uno cargue con ese muerto. Cuando el metodólogo habla, yo veo una cosa flotante y pesada, que sin embargo da la impresión de estar por debajo de todo, como fundamento de todo. Esa impresión nunca me ha intimidado. O sí, sí lo ha hecho, hace mucho tiempo, pero luego me ha parecido una intimidación ridícula, que si la veo mejor me doy cuenta de todas sus costuras.

Mientras transcurre en su discurso, al metodólogo me lo imagino como madre o como hijo, me lo imagino en lo que reserva para su intimidad, me lo imagino como una persona, y no como metodólogo, y ahí comienzo a entenderlo. ¿Cómo será su sexualidad, cómo la vivirá? ¿Cómo llevará sus miedos y sus pulsiones menos decibles?

Por ese camino, llego al absurdo: ¿y si el metodólogo hablara desde esas pulsiones, desde su condición de cuerpo deseante-vivo-necesitado-impulsivo? ¿Y si el metodólogo generara el discurso de la metodología desde esa condición de ser algo más que metodólogo? ¿Y si el metodólogo hablara como una persona? ¿Seguiría siendo metodólogo?

Si su discurso se fundara en sí mismo, en su carnalidad, en su subjetividad, el metodólogo no sería él mismo, en un doble sentido: no sería ontológicamente metodólogo, ni si quiera sería un expeto en metodología. Pero tampoco sería él mismo, en un sentido estríctamente ontólógico, porque su ser, al fundarse en su cuerpo, no tendría propiedad, no sería suyo, sino que sería primero común, es decir, un cuerpo más entre todas las corporeidades vivientes, humanas y no humanas. Luego, sería un ente comunitario, porque ese cuerpo posee una lengua y unos recursos expresivos, unas lógicas de expresión y de representación que son de una comunidad, y que no tienen propiedad, porque entre otras cosas no fueron inventadas por nadie y están en constante estado de reinvención.

Entonces, quizás, el metodólogo callaría. Y entonces, quizás, empezaría a hablar como cuerpo social, como comunidad, como carnalidad, como estando en un mundo, como debiéndose a otrxs, como viviendo por y para los otros y lo otro, viviendo para hacer vivible la vida. Y así la metodología callaría también, y se convertiría en un discurso construido por factores estrictamente coyunturales, es decir, para satisfacer demandas sistémicas, de orden económico y poiético, fundamentlamente. Pero luego se ampliaría, ensancharían sus ámbitos, y de instancia especializada y pesada, inalcanzable, reservada para eruditos-universitarios, la metodología pasaría a ser una instancia presente en cada momento de nuestras vidas, diluida en todo lo que hacemos: desde planificar la ruta del metro para llegar a la casa hasta hacer el amor.

Por último, este metodólogo dejaría de ser él y empezaría a ser ella. Pero en un sentido feminista, es decir, empezaría a hacer público lo íntimo, e investigaría para vivir, y no viviría para investigar. De allí saldría un discurso proveniente de la cocina y de las glándulas mamarias activadas por la succión de una cría humana, activación que suspende la erudición en la superficie de un vaso de agua y deja salir la sangre en el discurso político, académico, artístico, científico, etc.

En ese estado, la pretensión de controlar los discursos ajenos deja de importar. ¿Para qué decidir sobre la actividad poiética de lxs demás? ¿No será más útil acompañarlxs en potenciar su creatividad como investigadores de la vida? No quiero ser experto en metodología, no quiero formar expertos en metodología, quiero, eso sí, que las y los estudiantes asuman su posibilidad de ser y de conocer, que se reconozcan como investigadorxs, es decir, como gente capaz de construir --social y personalmente— conocimiento, es decir, herramientas, tecnologías y visiones útiles para sus vidas y para las vidas de todxs.

Eso implica que, de entrada, asumo que todo el que estudia (incluso y sobre todo el que estudia fuera de una universidad) es un sujeto de conocimiento. Esto es: un sujeto hecho de ganas, fuerza y posibilidad de conocer, y no un mero repetidor de teorías y metodologías pre-elaboradas.


Usted no está calificado para hablar por su cuenta

Frecuentemente, las y los estudiantes me preguntan si pueden dar sus opiniones en un texto de investigación. A esa pregunta se le suma la de si pueden o no hablar en primera persona. Yo me quedo siempre asombrado ante esas preguntas, no por las preguntas en sí sino por lo que dejan ver. Detrás de ellas, o sobre ellas, veo una estructura de poder de 500 años. Medio milenio de tener que pedir permiso para decir, permiso para ser y para conocer, e incluso para reconocernos.

Esas preguntas me parecen marcas en la piel espiritual de las y los estudiantes. Marcas de maltrato y de colonialismo interno. Ante ellas siempre he reaccionado con una actitud de cimarronaje cultural. Me imagino la historia de ese estudiante, su biografía social y escolar. Me lo imagino atravesando esa geotemporalidad irracional que es la escuela, ese poderoso medio de comunicación del capitalismo-modernidad, y que no descansa de emitir un único mensaje central: usted no sabe, usted no puede saber por su cuenta, usted necesita del sistema para saber, porque el sistema sabe qué es lo mejor para usted. Pregunte, pero en los límites de lo preguntable. Sea usted mismo, sea libre, pero desde el consumo material y simbólico de los referentes prediseñados para su felicidad.

Lo mismo ocurre con las preguntas estrictamente metodológicas, al estilo: ¿cuál es el paradigma en que se enmarca mi trabajo? Es como si me preguntaran ¿quién soy yo? ¿Cuál es el hilo narrador de mi vida? En esas preguntas veo de nuevo los 500 años de colonialismo, de tener que pedir permiso para existir, etc. Las respondo con sencillez. Uso a los griegos a nuestro favor y digo que paradigma significaba ejemplo, en el sentido de caso, de cosa que acaece, que alcanza a ser. --Ustedes y yo “somos”, es decir, existimos, ¿verdad?, y no tenemos que probar nuestras existencias. Y si lo que investigamos es un proceso que nos afecta realmente, como personas y como comunidades, entonces el paradigma de nuestras investigaciones seremos nosotros mismos, nuestras realidades vividas, en un sentido ontológico, cultural, político, histórico y social--.

El trabajo de los docentes, tutores y evaluadorxs (prefiero decir “lectorxs”) deberíamos concentrarnos en ayudar a traducir al lenguaje académico las preocupaciones de producción de conocimiento de las y los estudiantes, y profundizar en las herramientas técnicas para la producción de ese conocimiento. Pero ese ejercicio de traducción se realizaría con la única finalidad de que las y los estudiantes puedan vivir la experiencia de participar protagónicamente de su concreción, para que construyamos entre todxs un lenguaje, una poética, de conocimiento universitario, un lenguaje académico que sea nuestro, y que nos permita entendernos con nuestros pares políticos-poiéticos del mundo.

Eso implica el reconocimiento de que, en penúltima instancia, UNEARTE (como toda universidad) es una comunidad de interconocimiento. El proyecto de trabajo especial de grado, y las unidades curriculares sobre metodología, son ocasiones para profundizar la incorporación de las y los estudiantes en esa comunidades de conocimiento y en los espacios laborales reales. Es decir, son ocasiones para profundizar en la “cultura de la investigación”, tanto para las y los estudiantes como para las y los facilitadores. También son ocasiones para reconocer el sentido epistémico y útil de las formaciones disciplinares-artísticas y las experiencias artísticas-comunitarias, que se ven ensanchadas en una visión amplia de la investigación cultural.

En el caso específico de UNEARTE, los trabajos de investigación, la acción misma de investigar y de asumirse investigador, tienen la posibilidad de ser un imán que atraiga, irreversiblemente, todos los campos de saberes que conforman la universidad: el discipliario-artístico, el teórico y el comunitario y social. Incluso, el proceso de investigación puede llegar a ser (y de hecho es) la instancia, no solo de fusión y enceuntro, sino de defensa del sentido mismo de la universidad: su función social, ética, su función de abrir posibilidades para la vida. Vista así, la investigación deja de ser un requisito de egreso, o un asunto meramente universitario, y se conveirte en un acto para la vida, en en el que lo teórico-metodológico, lo político comunitario y lo artístico sirven para cuidar la vida, para encontrar posibilidades de vida, para el aquí-ahora-y-mañana.

(Desde luego, la instancia final de los proyectos de investigación son las y los estudiantes, que ponen la vida en la universidad. ¿Qué estaríamos haciendo entonces si no asumiéramos esas vidas como parte de las nuestras?)

Hasta hoy, sobre todo en Caracas, el nudo crítico de los trabajos de investigación de las y los estudiantes está en la concepción de la investigación como un proceso que reafirma el colonialismo interno (el no reconocimiento del potencial poiético-epistémico de nuestras comunidades de estudiantes, la asunción de las jerarquías clásicas del reglamento de universidad del 70, la producción de tesis para la repetición y no para la innovación, el desconocimiento de las epsitemes y poiéticas populares), y en las prácticas de poder que se asumen. Quienes defienden posturas metodologicocéntricas y disciplinariocéntricas se olvidan del carácter complejo, transdisciplinario, social, experimental y andragógico de UNEARTE. Por eso me parece que los espacios de toma de decisión, y los instrumentos de evidencia de decisiones, deben ser comprendidos como espacios de interconocimiento, de diálogo de saberes (insisto), de compromiso adquirido, no sólo con la investigación sino con la comunidad epistémica a la que pertenecemos, desde el debate y la problematización fértil.

Es un sinsentido la previa aprobación del proyecto de trabajo especial de grado para la continuidad de la investigación. La metodología se aprende haciendo, haciéndola, no buscando calzar en formatos pre elaborados. Los lectores, evaluadores y jurados deberíamos ser concebidos también andragógicamente: como un cuerpo de acompañantes comprometidos con el proyecto de investigación de las y lo estudiantes, y no como quienes saben cómo hay que hacer las cosas, y qué está bien o mal. Hay mucha frustración en profesores y estudiantes debido a prácticas jerárquicas de evaluación, donde sólo los expertos tienen la última palabra, y en las que, además, no se da la cara sino un simple, frío y superficial papel.

Cierro estas notas reafirmando que no entiendo nada de metodología, si se insiste en comprenderla como ciencia autónoma, o como seudo ciencia con pretensiones de autonomía. La entiendo, en cambio, cuando aparece como necesidad en el camino de la investigación. Incluso cuando aparece como hallazgo, como resultado-en-proceso de la investigación. A mí me gusta repetir que para los griegos la palabra método significaba camino, o la acción de abrir camino, para ir y para venir, para llegar y para volver a partir. Camino que, si es tal, debe ser recorrible, transitable por otras y otros. Camino útil, hecho para ser usado, y no para que le crezca la hierba y se pierda.

Por eso, todo proceso de investigación, si es real, si nos afecta como comunidades, necesariamente lleva a la creación de un método. Esa necesidad yo la entiendo como compromiso con lo que se investiga y con el proceso mismo de investigación. Compromiso con las y los involcrados en la investigación. Lo cual implica asumir responsabilidades sociales. El proceso de investigación, antes de ser riguroso, debe ser responsable y corresponsable. Vista así, la metodología es una ética y una poiética, un compromiso con las y los otros, incluso con lo otro no humano, y una actitud de creación y de fabricación de cosas (en nuestro caso simbólico-matéricas) para el uso común.