domingo, 15 de julio de 2012

Tutankamón, Cacri y el Comando María Moñitos

¿Quién dijo que en este país no hay variedad divergente y convergente de ideas y experiencias museísticas?

En el Museo de Bellas Artes, la Alcaldía de Caracas y Evenpro, en una fusión fraternal entre el socialismo utópico y el capitalismo salvaje, montaron una parafernalia museográfica como la de los parques temáticos gringos, cuyo modelo es el concepto de ciudad como cultura, como foto-postal que tienen los europeos (incluyéndonos, claro). Tutankamón es el paradigma expositivo-institucional de la quinta república.

Al mismo tiempo, en el Museo de Arte Contemporáneo sucede uno de los experimentos museísticos más poderosos de nuestra historia: el Aula 7: escuela de cuadros y pepas que dirigen Argelia Bravo y el Comando María Moñitos. La importancia de ese experimento es que nos pone a discutir y a practicar, fundamentalmente, tres asuntos: 1) la idea de que el museo puede servir para otra cosa que no sea representar la cultura moderna; 2) la desarticulación de las estructuras simbólicas del poder, y la apertura hacia una crítica radical (al estilo de la teoría queer, por ejemplo, o a la manera de Simón Rodríguez); 3) el ejercicio político de la cultura, que nos conduce a relacionar arte y utilidad, o arte y función social, menos como lo plantea Hauser y más a la manera de las culturas pre o para occidentales[1].

En una dimensión paralela, y en el otro extremo afectivo de la ciudad, ocurren: la Feria Iberoamericana de Arte (FIA), Cacri-Caracas Arte Contemporáneo y una exposición individual de Nayarí Castillo en la Caja. Los dos primeros eventos tienen un mismo fin: intentar darle forma o fuerza o capital al galerismo y al ferismo caraqueño. El tercero busca otros horizontes, más especulativos, más cercanos a la investigación y a la generación de conocimiento. Pero los tres eventos tienen un mismo origen: la figura moderna del artista y la arquitectura mercantil que hace y ha hecho de las artes visuales --desde Vasari-- un escenario para la reproducción del capital. La consecuencia de esto ha sido expuesta hasta el cansancio: el artista se vuelve un agente del sistema que lo reduce a la locura, a la incomprensión, a la explotación y, por último, a la bolsa de valores de NYC.

La propuesta del Comando María Moñitos nos conduce a pensar de otra manera. Problematiza el sentido común del campo del arte, que relaciona automáticamente a los artistas y sus obras con el mercado y sus circuitos. Incluso va más allá de la idea de la autoría diseminada, porque, en última instancia, en Aula 7 las “obras” son dispositivos políticos, es decir, que no valen por sí mismas.

En cambio Tutankamón es un modelo expositivo institucionalizado. No genera conocimiento: reproduce el modelo impositivo del museo moderno. Democratiza el sistema de opresión simbólica occidental. Excluye a la gente de los procesos de emancipación que ocurren todos los días en la calle. Sigue separando el museo de la vida política nacional. Neutraliza el poder político del campo del arte. Para decirlo en clave chavista: le hace el trabajo al Pentágono y a la Cía.

Pero lo más escandaloso no es que el MBA se transforme en un parque temático. En Venezuela los museos no han sido más que eso. Con algunas excepciones, nuestra historia museística es el relato de los personalismos, divismos y amiguismos de la “ciudad letrada”. Las políticas de investigación comenzaron en los noventa, pero fueron un laboratorio para crear figuras mercantilizables, voces autorizadas, expertos con los que se crearía el sistema comercial de las artes visuales en Venezuela, con proyección internacional y con políticas para incorporar nuevos talentos.

Por suerte, el laboratorio fracasó (y espero que siga fracasando). Hoy, por lo menos, podemos hablar en un museo venezolano sobre cómo seguir desmontando esas instituciones: cómo crear las trochas, cómo hacer más sutiles las indisciplinas que nos permitan desarticular el concepto moderno de institución. Por esa vía, podría llegar el tiempo en que los artistas sean vistos como investigadores, como hacedores de conocimientos políticamente útiles, y no como productores de mercancía, supuestamente libres de todo discurso político. ¿Será esa la función de los artistas en el Estado Comunal: deconstruir constantemente cualquier forma de institucionalidad?

Lo que sucede en el MBA no es sino la continuación de las políticas culturales de los años ochenta y noventa, pero caricaturizadas. La FIA y Cacri, como Oficina #1 o cualquier otra galería, también son continuadoras de esas políticas, diferidas o postergadas.


¿Quién dijo que en este país hay variedad divergente y convergente de ideas y experiencias museísticas? Para nada: las instituciones culturales del Estado, al menos las destinadas a las artes visuales, y las instituciones privadas del arte siguen una misma política. El IARTES, el MBA, el MAC, Oficina #1, la FIA comparten una misma práctica cultural. Aula 7 es una excepción y un riesgo, como en su momento ocurrió con la exposición de Javier Téllez, durante la gestión de María Elena Ramos, o con Born in America, del Grupo Provisional.

Lorena González dijo que a Cacri “le faltó expansión del conocimiento”. Sergio Monsalve dice que eso mismo ocurre en los Galpones, en la Sala Mendoza, en Cultura Chacao y en la FIA. Yo digo que esa es una vieja historia, un simulacro de cultura moderna que tiene más de cincuenta años.

¿Para qué insistir en un ferialismo-galerismo si podemos asumir otras formas de valoración de las artes? Entre nosotros hay gente caminando esos derroteros: el Ejército Comunicacional de Liberación, el colectivo ArteFacto, el 23.net. En Colombia, el colectivo Interferencia; en Argentina, el colectivo Iconoclasistas. Y la lista sigue…

Estos casos podrían responder las preguntas que cierran el artículo de Lorena sobre Cacri: “¿para quién inscribimos estos lugares? ¿Hacia dónde va nuestro esfuerzo? ¿Es un relato autobiográfico de nosotros para nosotros mismos? ¿Cuán contemporáneos somos y dónde está el mundo mientras seguimos mirándonos en nuestro propio reflejo?”


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[1] La praxis-poiesis medieval podría ser un ejemplo de esto, así como cualquier forma pre-moderna de relación entre la imagen y la polis; o la fiesta venezolana de San Juan Bautista o el muralismo político actual.