jueves, 20 de agosto de 2015

Acciones estéticas 2

En las “acciones estéticas” el arte se reduce a ser una herramienta y no un fin en sí mismo. Esa reducción es positiva, porque sitúa el arte en una “dimensión de utilidad”. El arte sirve, es útil para fines políticos, económicos y espirituales. Se cae el velo kantiano-romántico despolitizador del arte, el velo que despoja la creación artística de toda ética que no sea la de la obra misma.

Pero esta dimensión de utilidad no sólo es propia de las acciones estéticas revolucionarias. En el campo del arte dominado por el mercado, la función económica y política es cada vez más evidente, pero se envuelve en una burbuja romántica y reaccionaria, profundamente liberal, que el mismo campo produce para sostener su burbuja económica. Sujetos como Damien Hirst, cuya obra se comercializa en 198 millones de dólares, y que es más un empresario y un publicista que un artista en el sentido moderno, siguen siendo apreciados bajo los criterios de valoración de la estética sustantiva: los criterios de genialidad, originalidad, descontextualización de la creación, universalidad y a veces hasta de belleza.

Las acciones estéticas revolucionarias, en cambio, se caracterizan por dejar a la vista, de entrada, el carácter político y público del arte (comprendido como bien común): su función socioproductiva, moral, cognitiva, social y espiritual. Por eso, desde nuestraestética, “artista” no es una “categoría” ontológica que describe a seres especiales, particularizados por una disciplina totalizante y universalizante. En el contexto de las “acciones estéticas”, “artista” vuelve a ser un adjetivo. Cabe decir: “lo que tal persona hizo es sin duda artístico”, pero no porque la persona sea artista, esencialmente artista (como si el oficio lo condenara a un encierro ontológico), sino porque trabajó con arte: con esmero y con astucia, y con unos fines muy específicos y evidentes.

Todavía hay quienes se asumen esencialmente artistas, lo cual es muy provechoso para el mercado del arte. Pero hay quienes filman, escriben, diseñan, ilustran, hacen música, instalan, bailan, actúan y también hacen política y vida académica, o trabajan en organizaciones sociales y socioproductivas, comunitarias, agroproductivas, y no desvinculan la música y la economía, o la poesía y la sociología, o la danza y la agitación sociocultural, etc. Es como si en estas personas las separaciones castrantes típicamente occidentales, típicamente colonialistas, desaparecieran, se borraran, o simplemente nunca han estado completamente presentes.

Walter Benjamin, en su texto “El artista como productor”, reflexionó sobre esta confluencia entre el arte y el activismo, la producción de vida y de bienes comunes, antes de que el campo del arte dominado por el mercado convirtiera esa confluencia en una marca, en un simple tema de moda aprovechado por curadores y artistas al servicio del capital.

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