domingo, 3 de junio de 2012

Aula 7: Escuela de cuadros y pepas



Argelia Bravo nos exige salir de la estética. Frente al trabajo del Comando María Moñitos hay que intentar otros discursos. Quizás todavía podamos hablar de arte, pero en un sentido pre-moderno: como habilidad para manipular, pero también como “cosa hecha con esmero y maña”. La estética, en cambio, se queda corta ante el arte de Argelia, pues las categorías básicas de esa disciplina se diluyen en otras formas del conocimiento --como ocurría en la Edad Media, por ejemplo--.

Es posible hallar ideas estéticas en el trabajo de Argelia, pero no sirven para abarcarlo completamente. Toda estrategia de interpretación se vuelve parcial, o provisional. La estética es sólo una herramienta más.

Con la noción de arte ocurre lo mismo. Ante las acciones del Comando María Moñitos esa palabra no describe la escena de lo bello, ni tampoco la de ciertos objetos o situaciones “museotélicas”, diseñadas sólo para funcionar en la cultura del museo (la cultura moderna). El trabajo de Argelia no puede ser del todo musealizable, porque los objetos y las situaciones que crea tienen un fin político, y no estético. También podría decir que tienen un fin artístico, en el sentido medieval de la palabra (pensemos que los vitrales de una iglesia gótica buscaban la confirmación sensible y metafísica de la idea de comunidad).

No estoy hablando de estética relacional. Argelia no hace dispositivos museográficos de relación con el mundo. Su objetivo no es crear objetos relacionales que vinculen al espectador con una experiencia particular del mundo. Si esto ocurre, es sólo por añadidura. Le importa, en cambio, la creación de un espacio real y simbólico de formación política. El museo, como todos los dispositivos del campo del arte (obra, autoría, museografía, curaduría-curadora, crítica-crítico) son reducidos a simples herramientas (artísticas) para la construcción de ese espacio, de esa “escena política escolar”.

La “Escuela de formación de cuadros y pepas” utiliza el museo como vehículo de difusión: como propaganda. Puede o no dejar de existir cuando se acabe la exposición. Pero por ahora, y gracias a Argelia, el museo está al servicio de una de las prácticas políticas más poderosas: el intercambio simbólico y real (con “cuadros de base”) de experiencias de conocimiento en torno a dos temas filosos: el discurso de género y el problema de la soberanía alimentaria, que forma parte de las políticas ambientales y de conservación.

¿Y dónde queda entonces el arte? En la voluntad organizativa de Argelia Bravo, en su habilidad para “hacer bien” una escena, un simulacro de escuela para la construcción colectiva de saberes y experiencias. Vuelve a ser entonces útil el arte, como en el siglo XII.

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