lunes, 20 de noviembre de 2017

Crianza y horror a la pobreza

Otra manifestación del horor a la pobreza: el miedo a no calar en la sociedad, a no tener futuro, a no lograr estabilidad económica, a no tener reconocimiento social. El miedo a no existir.

En nuestras sociedades patriarcalizadas, el medidor de existencia es la vida del adulto-masculino. Imponerle el patrón adultocéntrico a niños y niñas nos parece normal porque se nos presenta como garantía de supervivencia, garantía de existencia, no sólo de lxs niñxs sino de los propios adultos. Y esto lo hacemos con el más profundo amor. De hecho, recomendamos que se haga, recomendamos que lxs niñxs deben aprender a respetar el espacio de lxs adultxs. En cambio, lo contrario no lo recomendamos tanto, o no tan frecuentemente.

Incluso se llega a cuestionar a aquellas madres y padres que no calan en el patrón adultocéntrico. O que lo cuestionan. Es lo más común escuchar frases como: “lo estás malcriando”, “eso en mi época se resolvía con un par de correazos”. “Hay que enseñarle límites a lxs niñxs”[1]. También es común asumir que toda forma de resistencia al patrón adultocéntrico es hippie, cosa de gente loca o de gente rosa e idealista.

Raras veces quienes esgrimen estos argumentos asumen posturas de mayor alcance. Casi nunca asumen posiciones propositivas en las que “pongan el cuerpo”, y no sólo las intenciones de solidaridad. Casi siempre la actitud es de fiscalización. El concenso general dice que las madres y los padres deben ser menos permisivos y tener más en cuenta la libertad de ser de los demás adultos. Es deber de padres y madres que lxs niñoxs se adapten a las necesidades de las y los adultos. Son las madres y los padres quienes deben velar por que esa adaptación ocurra, con el fin de que el espacio de los adultos sea respetado.

En el contexto del patriarcado, la modernidad/colonialidad cristiana, el Estado-nación y el capitalismo, la posibilidad de existir radica en el patrón adultocéntrico. Por eso lo enseñamos, lo recomendamos y lo transmitimos con tanto amor y preocupación por los demás.

En las ciudades, y sobre todo en los espacios públicos y laborales, hasta aquí llega la responsabilidad de los actores sociales con las y los niñxs: hasta la moralización adultocéntrica de la crianza.

Raras veces se pone el cuerpo o se presta apoyo real, más allá del moral. Y esto ocurre porque, en general, se nos ha impuesto una visión de la vida, de los cuerpos y de las relaciones humanas desde la lógica de la propiedad. Nos parece normal que cada quien deba asumir la crianza de “sus” hijos. Nos cuesta asumir que “quien tiene un hijx tiene todos lxs hijxs del mundo”. Y como en la modernidad/colonialdiad la libertad está determinada por la propiedad, nos parece que criar es un asunto privado.[2]

La privatización de la intimidad llega a tal punto que la crianza se asume como una relación de propiedad. Nos referimos a lxs niñxs como si fueran mercancía. “Con mis hijos no te metas”, “estos son mis hijos y yo los crío como da la gana”, o “los míos sí se comportan”. O “yo sí sé como hacer que los míos se comporten”, “yo no tengo mayores responsabilidades porque no son los míos”. No se ve que en el capitalismo afectivo, la intimidad es el nuevo espacio de reproducción de capital.[3]

La liberación de esto sería asumir socialmente la corresponsabilidad de la crianza, y en general del cuidado de la vida. Quienes defendemos esta práctica planteamos que la construcción de otras formas de agregación social que trasciendan la modernidad/colonialidad comienza por asumir esa corresponsabilidad. Lo cual implica una postura pedagógica de complementariedad. Implica asumir que todas y todos somos responsables de esas “pequeñas” vidas, de participar con ellxs en la comprensión crítica de la vida, de sus alcances y riesgos, sus posibilidades y desafíos. Así quizás podemos trascender la simple fiscalización de la crianza, para movernos hacia una mutua comprensión y complementariedad de TODOS los espacios y los tiempos del vivir. En definitiva, podría ser una ocasión para re-existir.[4]

La sociedad del espectáculo nos ha enseñado a extraer un poco de amor, atención y belleza de lxs niñxs, a través de la simple contemplación o la invitación fugaz al juego o a la afectividad, sin mayores compromisos. Pero rara vez asumimos la responsabilidad derivada del disfrute que ellxs nos brindan. Lxs niñxs son hermosos de a ratico. O cuando están tranquilitos. De resto, son una pesadilla. Ponen en riesgo la existencia medida por el patrón adultocéntrico. Nos recuerdan nuestro horro a la pobreza.

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[1] El asunto con la noción de límite implica una relación formativa unidireccional: se supone que el adulto sabe de límites, y que por eso puede enseñarlos. Límite significa “hasta donde se puede llegar, o la zona donde empieza y termina lo prohibitivo”. También significa “el espacio del ser”, o el espacio hasta donde se puede ser. En el contexto de sociedades patriarcalizadas y determinadas por la matriz colonial, lo prohibido es el mundo del adulto. Y más aún, del adulto en condición y en situación de producción de capital. Lo contrario sería la ética del cuidado, pero poniendo la vida por encima de cualquier otra determinación. Por ejemplo, mostrarle a lxs niñxs la diferencia entre la ficción y la realidad, los cuida. Decirle que cuando un adulto habla hay que hacer silencio (por el simple hecho de ser adultos), lxs entrena en el patrón colonial.
Casilda Rodrigañez demuestra cómo lo de poner límites es un eufemismo, que en verdad quiere decir: "reprimir y generar sumisión". Es una manera de subestimar a las criaturas, afectar negativamente el sistema empático humano y un irrespeto del hecho de que las y los niños son sujetos de conocimiento y, más aún, de sabiduría. Ver: https://www.youtube.com/watch?v=m2vg82lz1rI

[2] Lo mismo se cree del amamantamiento, y en general de cualquier momento de la sexualidad y la reproducción de la vida, incluyendo la interrupción voluntaria del embarazo.

[3] En Estados Unidos y México se promueve la educación en casa como el modelo pedagógico del siglo XXI, a través de las TICS. Lo cual implica la destrucción de la escuela y de lo público. La nueva forma de privatizar la educación es confinándola a la casa (a la propiedad) y a la capacidad de conectividad de la casa (la propiedad virtual).

[4] Sobre el concepto de re-existencia, ver el trabajo de Adolfo Albán Pedagogías de la re-existencia. https://www.google.co.ve/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=1&cad=rja&uact=8&ved=0ahUKEwi-qPnqnN3UAhURYlAKHc5JDCsQFggkMAA&url=http%3A%2F%2Fsb5a91bdb84d6b295.jimcontent.com%2Fdownload%2Fversion%2F1413834561%2Fmodule%2F5711503813%2Fname%2FPedagog%25C3%25ADas%2520de%2520Re.existencia%2520A.%2520Alban.pdf&usg=AFQjCNHN7XfRT4hS0zmOwZO8H1xWkrcq-w

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