miércoles, 13 de octubre de 2010

Mandala urbano Marte

Isidro Núñez, Notas para el Mandala urbano Marte, Caracas, circa 1991

En las colecciones de nuestros museos nacionales no hay ninguna obra de Isidro Núñez. Ello a pesar de sus participaciones en las primeras bienales de La Habana, o a pesar de haber trabajado en el Museo de Bellas Artes, a finales de los años ochenta. No hay ninguna obra, es cierto, pero entre los pocos papeles suyos archivados en la Galería de Arte Nacional me encontré con su letra —es decir, con su mano— y con su firma —es decir, con su cuerpo—. Y como Isidro había muerto hacía muy poco tiempo, entendí que ese cuerpo era la única forma de conocerlo. Nunca le di la mano, pero su puño y su letra salieron póstumamente a mi encuentro. Su ausencia es relativa. Ahí están esos cuerpos signados que son su firma y sus fotografías.

Esas dos imágenes determinaron mi encuentro con un hombre que ahora sólo vive en la imagen. Su firma, en tanto signo, delata y esconde lo mismo que sus fotografías. Ambas marcan el espacio de una ficción. La primera, la firma, es la representación signada de una visión. La otra, la fotografía, es exactamente lo mismo. Las dos detienen, en la excepción de las formas visibles, lo invisible. El trazo signado del puño entrega la marca de un instante, el testimonio de una presencia que siempre busca y nunca deja de significar. La copia acabada del negativo cumple la misma función: es también el testimonio de un vacío objetivado, transformado en una textura que podemos recorrer.

El espacio signado es el del acontecer de la imagen. En las fotografías de Isidro Núñez ese espacio es también el contorno de su vida. Fotografía y biografía se confunden: más de treinta años en la imagen nos dejan un infinito por reelaborar. Allí encontramos registros de las colecciones de los museos, registros de exposiciones, de festivales, de conciertos, de conferencias, de eventos políticos: mítines, marchas. También hay interpretaciones de la cárcel del Tocuyito, de los cabarets de Caracas, del imaginario salsero caraqueño, de los pueblos del Amazonas, de la fiesta anual de Gardel en Caño Amarillo, de los amigos fotógrafos y del imaginario político bolivariano, en sus formas casi míticas y paradójicas… En fin, se trata de un infinito sobre papel que delata a Isidro Núñez en su ubicuidad significante o en su condición de cronista, “el verdadero cronista visual de esta ciudad”, para decirlo en el lenguaje enfático de Ramón Grandal.

Y como le ocurre a todo cronista, a Isidro la realidad le salía al encuentro. ¿Pero cuál realidad? ¿La que el lente de su cámara signaba y asignaba? Realidad convertida entonces en signo, en trazo, realidad trazada como la de su firma. Por eso con sus obras llegamos siempre a la imagen de una ciudad posible. El artificio de la fotografía subraya esa posibilidad, es cierto, pero también subraya la verosimilitud de la crónica, la ilusión de una ciudad imbuida de un tiempo sin tiempo. Se trata de una voluntad de ilusión que reinventa la ciudad y a su cronista, ambos serpenteando entre los accidentes de un mismo laberinto.

Isidro Núñez, Mandala urbano Marte, cartulina, tinta y plata sobre gelatina, Caracas, 1991.
 
El centro de ese laberinto es, para mí, el Mandala urbano Marte, de 1991, una obra que, como el ombligo, cierra el acceso a las entrañas del cuerpo cuando es imagen. Ahí, en ese umbral, podemos ver la extensión de ese cuerpo, las distancias que el signo recorre. Por ejemplo, en el ojo central del mandala hay una imagen que es como un trompe l`oeil fotográfico, pues nos confunden sus refracciones (acaso trucos de laboratorio). En el medio está Isidro con su cámara, casi oculto en los márgenes de un espacio imposible. Desde ese centro, el mandala empieza a abrirse hacia una geometría pictórica. Aparecen contactos, copias de varios tamaños, todo distribuido dentro de un cuadrado que contiene un triángulo que a su vez contiene un círculo. En la punta del triángulo hay un doble homenaje a Alí Primera. Después, o al mismo tiempo, irradiando desde esa punta y siguiendo el plano geometrizado, vemos aparecer un imaginario complejo, polimorfo, heterogéneo y sin aparente continuidad.

Mandala urbano Marte es una síntesis de varias series fotográficas de Isidro Núñez, de distintas épocas. Se pueden reconocer allí fragmentos de Alquimia lumínica (1988-1992), de Percepciones espaciales (1980-1990), de Laberinto citadino (1984-2009), todo delimitado por la sucesión de visiones aéreas de una geografía sin nombre. Así Isidro le reasigna a su mandala los límites sensibles de un espacio espiritual. Mientras el cuadrado contiene los contactos de esa geografía abstracta, el triángulo es rodeado por copias que van como describiendo un imaginario afectivo. Entre esas copias vemos rastros del testimonio de las fiestas de Gardel en Caño Amarillo, rastros de la fragilidad sentida de los museos caraqueños, una breve alusión al Cementerio General del Sur, a la cultura salsera caraqueña y a los festivales de teatro. Al final, o al principio, todo ese imaginario se va cerrando concéntricamente hacia el autorretrato de Isidro, como configurando un doble paisaje: el de la ciudad velada y exhibida en sus escondites por el artificio de la fotografía, y el territorio signado del autorretrato trucado.

Isidro Núñez: Autorretrato, plata sobre gelatina, circa 1991.
 
Y es que el cronista, como su discurso, siempre se muestra y se esconde. Esa tensión describe la naturaleza de su trabajo y su relación con la ficción. Por eso quizás es que Isidro nos dejó a la vez un registro y una reinvención de la ciudad en sus fotografías, pues pareciera que una nueva realidad nos sale al encuentro en esas imágenes. Por ejemplo, en Percepciones espaciales —que hizo en la década del ochenta— las salas y los corredores de los museos caraqueños se convierten en espacios casi irreconocibles. Son imágenes que nos entregan una realidad no del todo ajena a nosotros, y que sin embargo nos hace sentir extraños frente a ella. Es como si esas obras dirigieran nuestra mirada hacia un espacio que siempre había estado allí, pero que sin el peso de la ficción fotográfica nunca habríamos visto. Lo contrario ocurre en su Laberinto citadino o en El gran circo del valle, de 1983. Allí hay imágenes en las que Caracas es mostrada en episodios tan concretos, tan arraigados a nuestra cotidianidad, que nos parecen más reales que la realidad. Aquella imagen de la anciana cargando sus bolsas de mercado y que tiene detrás una formación de Guardias Nacionales, es, sencillamente, de un realismo abrumador. Y no me refiero a ningún realismo mágico ni idealista, sino a uno más bien crudo, caraqueñísimo, de esa clase de realidad que sabemos que convive con nosotros y que a veces percibimos, pero jamás con la integridad y la fuerza de la buena fotografía.

Isidro Núñez, "Sin título" de la serie El gran circo del valle, plata sobre gelatina, Caracas, 1983.

Llama la atención, además, que en casi todas sus series Isidro trabajaba componiendo un cuerpo de imágenes. Es decir, no se contentaba con concebir sus series como una sucesión aislada de copias, sino que las agrupaba en composiciones espaciales que a su vez eran unidades gráficas. Con ese procedimiento intentaba alejarse de la idea de la fotografía única, ejemplar, para ofrecer más bien un relato narrado en imágenes. Así cada copia se convierte en un signo que, junto a fragmentos de negativos y de contactos, conforman el cuerpo de una historia. Esto es muy claro en el Mandala urbano Marte, pero también en El gran circo del valle, en La casa de las muñecas (1979) e incluso en el Laberinto citadino. Esos trabajos, sobre todos los tres últimos, son crónicas íntegras, compactas. Es un error concebir sus imágenes como fotografías únicas o aisladas. Más que series fotográficas, son mapas que hilvanan un discurso espacial. Hay que verlas en su totalidad, pues mucho tienen del lenguaje del cartel y, tal vez, del lenguaje cinematográfico. Aunque este asunto es tan delicado que valdría la pena estudiarlo en otra ocasión.

Isidro Núñez, "Sin título" de la serie Transiciones urbanas, plata sobre gelatina, Caracas, 1980-1990.

Por el momento sólo diré que, atendiendo a la mayoría de las obras expuestas en salones y en muestras colectivas, esa manera de narrar de Isidro se repite en su trabajo una y otra vez. Y a mí me viene pareciendo que esa preocupación por la narración quizás esté relacionada con una manera muy personal de concebir las series fotográficas, y, desde luego, la fotografía misma.

Me explico: a primera vista, Mandala urbano Marte o El gran circo del valle parecieran ser series que Isidro reunió en dos composiciones aisladas. Luego, en los archivos, encontramos las copias por separado, cada una como un documento independiente. Sabemos, además, que el Mandala urbano Marte participó en el Salón Arte y Ciudad, organizado por el CONAC en 1991, y que El gran circo del valle participó en la I Bienal de la Habana, en 1984. Con ello podemos dar fe de que son trabajos independientes y distintos. Pero, y esto es lo curioso, en el Mandala hay obras pertenecientes a El gran circo del valle y también a Alquimia lumínica y a Percepciones espaciales, pues además algunas fotografías de El gran circo del valle forman parte de Laberinto citadino. ¿Simples errores de Isidro? No lo creo.

Un dato más podría ayudarnos a dilucidar este asunto. Hay tres series que lejos de cerrarse en el tiempo parecieran expandirse sin términos temporales. Me refiero a El Callao, Imaginario bolivariano y Laberinto citadino. El primero de estos trabajos fue iniciado en el año 1975 y culminó el día que Isidro murió, si es que se puede decir que en verdad culminó. Exactamente lo mismo ocurre con los otros dos, que tienen una fecha de inicio pero no de cierre. Esto me hace pensar en que, como artista, Isidro buscaba la imagen, es decir, le preocupaba más transitar un espacio metafórico que ir organizando su trabajo en series mercadeables, “exponibles”, cuantificables. Perseguía la imagen, insisto, y por eso la imagen le salía al encuentro. Es como él mismo decía, que su intención era explorar y agotar las posibilidades de un problema en la imagen. Y una estrategia exploratoria de este tipo, ya lo sabemos, hace que los problemas sobrevivan a los artistas (cuando lo son) en su arte. El Laberinto citadino y el Gran circo del valle continúan entre nosotros, en el doble sentido de esa expresión: allí están las copias fotográficas, pero allí está también la ciudad que en esas copias Isidro Núñez inventó.


Isidro Núñez, "Sin título" de la serie Percepciones espaciales, plata sobre gelatina, Caracas, 1980-1990



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