domingo, 17 de abril de 2011

Patafísica del museo III (respuesta a José Ramírez Guaigua)

La genealogía del museo no comienza en las cámaras de maravillas sino en los cuerpos de seguridad del Estado. El museo es un instrumento del poder del Estado, regido por el principio imperial de nuestra cultura. Pueden ocurrir maravillas dentro del museo, como pueden ocurrir maravillas en cualquier parte: en la compasión de un soldado o en las raras sutilezas morales de un policía. Pero un policía es un policía, y un hombre cuando es soldado es una máquina de guerra.

La violencia del museo no se agota en el museo: se expande a lo museable, a la realidad como patrimonio que hay que conservar (no la realidad como escena teatral ni como rito). Con esa violencia vivimos todos los días. Es la violencia del orden, del alfabeto y de la idea. Violencia sin caos.

José Ramírez Guaigua tiene razón: el problema del museo (o de lo museístico) no se agota en su espectacularidad o en su indolencia. También tiene razón cuando dice que el museo se puede usar para “incidir en la realidad”, para cambiar el estado de las cosas. De acuerdo. Pero no olvidemos que esa incidencia y ese cambio no modificará lo esencial: la institucionalidad del museo y de lo museable, el principio imperial que lo sostiene y su condición de máquina de guerra.

El ejemplo que cita es perfecto: el museo asume un discurso que atenta contra sí mismo, y que pudiésemos identificar con el principio cristiano de la cultura, y así pervive en su negación. La máquina del orden crea un adlátere negativo de esa otra máquina del orden que es el Banco Mundial. Incluso el caos está previsto. El MACBA le ganó al Banco Mundial. Es decir: el Banco Mundial tiene su futuro asegurado.

Creo que queda la posibilidad de convertir los museos en cuadros guerrilleros. Asumirlos en su dimensión más cruda, más evidente: asumirlos como máquinas de guerra. O de guerrilla, porque ya sabemos que al orden no podemos hacerle la guerra. Entonces tendríamos que convertir esas máquinas del orden en herramientas ordenadas que atenten contra el orden. Pero eso es tan enredado como decirlo. El Estado no puede atentar contra sí mismo. A menos que suceda una verdadera revolución (¿pero quién quiere una verdadera revolución?).

Termino estas breves disertaciones museocéntricas volviendo sobre mis pasos, volviendo al 19 de diciembre del año pasado, volviendo a la imagen y a la resurrección.

Podemos empezar.

1 comentario:

  1. José Ramírez Guaigua16 de mayo de 2011, 10:08

    “Policía es policía, museo es museo”, no hace falta agregar más nada a esas palabras para saber a qué fatalidad nos referimos. De acuerdo con esta interpretación anarquista, anti estatal de los dispositivos de poder, creo que todos los interesados en estos temas sabemos de las sutilezas del poder y de la institucionalización como mecanismo neutralizador. Pero, quizá con algo de resignación, no pudiera apostar a otra cosa. Vamos, que sería interesantísimo que ocurriera algo de turbulencia en esos espacios, algo como aquello que describí anteriormente y que generó tan aplicada respuesta en este blog. Angustia un poco, como lo señalaba Juan Carlos Rodríguez hace un tiempo, que en un país con 20 años de historia reciente tan convulsos (una revuelta popular, tres intentonas golpistas, repolitización de la ciudadanía y reapropiación de la calle como campo de batalla y de protesta, la asunción de temas y problemáticas sociales claves en el debate público: vivienda, propiedad, autodeterminación , surgimientos de movimientos sociales de base, y un largo etcétera), a nuestros museos no se les ocurra otra cosa que no sea sacar su “colección”, planteando reinterpretaciones ad nauseam de éstas, cuando no se desbocan por una noción burguesa y/o neoestalinista de “arte popular”, noción que pudiera ser rebatida tan solo con la lectura atenta de un García Canclini en sus años más “marxianos” (http://bibliotecadigitaldevenezuela.blogspot.com/2010/07/blog-post.html). Bueno, me conformaré con la “suite vollard” del “genio” Picasso en el Museo de Arte “Contemporáneo” de Caracas. Mientras pujamos para que otras cosas ocurran por fuera, al margen o en los límites de eso que llamamos “museo”.
    Salú.

    ResponderEliminar