sábado, 10 de noviembre de 2012

Para un nuevo sentido común en el campo del arte

¿Podemos seguir diciendo que el campo del arte existe, al menos como un campo autónomo? Casi no hay arte, incluso arte no bello, en ese campo. Lo que tenemos es un inmenso territorio simbólico --estético y comunicacional-- signado por la mayor de las prácticas simbólicas: la reproducción y revaloración financiera del capital. En ese territorio se realizan todas las contiendas políticas y se confirma el triunfo del proyecto europeo: hacer del símbolo realidad automanifestada, autoenunciada, autosignificada, autorrepresentada, etc.

Ese proyecto tuvo en el arte su primer laboratorio. Después de Leonardo y de los artistas barrocos, el proyecto se expandió hacia la ciencia disciplinante, la teoría política y la económica. Los presupuestos estéticos de Leonardo fueron utilizados por Descartes para crear el método científico; la conciencia barroca fue utilizada por Maquiavelo para escribir El príncipe; el modelo especulativo de Vasari es el mismo de los usureros renacentistas.

Desde entonces, el arte quedó subordinado a los poderes del discurso económico, político y científico. Los románticos y Kant intentaron sacarlo de ese atolladero ancilar, pero sólo lograron encerrarlo en los nuevos “mitos modernos”: el del alma, el sueño, el inconsciente y el genio (leer a Albert Béguin).

El encierro --o auto encierro-- del arte permitió que las corporaciones y los Estados poderosos controlaran la producción de imaginarios. La Bauhaus es un ejemplo de esto, pero también el muralismo mexicano, o el expresionismo abstracto norteamericano, etc.

Los artistas, como cualquier otro trabajador en Occidente, quedaron a merced del capital, explotados, utilizados, arruinados, reducidos, marginados, o neutralizados en la categoría de semidioses. Pero también quedaron a merced de sí mismos. Las estrategias de autocontrol del capitalismo avanzado fueron practicadas, primero, en los artistas. La noción de genio, y el divismo que implica, sumada al concepto del arte como espacio de la suprema libertad, han hecho de los artistas subjetividades políticas autocontroladas, auto explotadas. La idea del arte por el arte, e incluso el concepto expandido del arte, son poderosas armas de dominación de las subjetividades contemporáneas.

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Tenemos la posibilidad histórica de modificar este escenario explotador. Contamos con un contexto que puede permitirnos una deriva necesaria. Podemos ayudar a crear un “sentido común” disidente, crítico, en el que los creadores de visualidad y de imágenes no sean concebidos como genios sino como investigadores, tan importantes como un tecnólogo, o un científico académico, o un político, o un economista. Así los artistas no tendrían que ir mendigando con sus obras por cuanto espacio explotador existe: galerías, ferias, bienales, salones. En cambio, serían reconocidos como subjetividades poderosas, como creadores de productos útiles, pues en ellos caería la inmensa responsabilidad de generar imaginarios complejos, de crear referentes y de fortalecer ideologías. Sus prácticas serían modelos políticos, y sus discursos nos permitirían fortalecer la crítica de todos los poderes, la deconstrucción del Estado moderno y el fortalecimiento de redes de autogobiernos comunitarios.

En lugar de vender sus obras, estos creadores trabajarían en proyectos generados por ellos mismos, en función de necesidades colectivas y comunitarias, y financiados por un Estado moderno que debe ser (y que con Chávez afortunadamente es) suicida.

Pero insisto: las trabas de un escenario así radican en el concepto del artista como divo, como genio, despegado del suelo, loco y por eso dominable; concepto naturalizado en el discurso de los poderosos, expandido en todas las esferas de la vida pública y confirmado por los medios de producción de información.

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