jueves, 19 de enero de 2017

El potencial epistémico del arte vivido y pensado desde la exterioridad III

Este texto viene de: El potencial epistémico del arte vivido y pensado desde la exterioridad (I), El potencial epistémico del arte vivido y pensadodesde la exterioridad (II)

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7. En el capitalismo la gestión del excedente simbólico se funda en la creencia de que el alma es origen y esencia del ser. Se supone que toda la producción simbólica, y en especial la artística, debe hacer crecer el espíritu, o hacer que el alma de la gente se eleve. Esa es justamente la creencia burguesa, fuente de la metafísica y de la religión europea y eurofílica del arte.

Hay que subrayar que esa creencia se funda en "un alma", o en las facultades del alma de un sujeto-individuo, y no en posibles comunidades de almas. De esta manera queda invisibilizado el lugar de donde provienen el alma y el ser (su origen necesariamente gregario, agregado a otras almas), y así se borra "el alma del alma", que es la vida misma de la comunidad. Esto genera el espejismo de que el alma individual lo crea todo. Así arranca la explotación y el fetiche del ser-individual, de donde devienen todas las categorías modernas del arte.

El alma común, el alma comunitaria, la energía amorosa y cuidadora de la vida (que es de donde provienen las almas particulares de las y los individuos) queda así como objeto de explotación. Y al final, ni el individuo ni su alma tienen la posibilidad de acceder totalmente a esa energía amorosa fetichizada en él, porque, “des-sujetada” como está de la subjetividad comunitaria, separada de su origen comunitario, esa energía es captada por las transnacionales, procesada industrialmente y devuelta en forma de mercancías que nos prometen amor, y que a cambio de nuestra energía mental y espiritual nos dicen qué es el amor, e incluso nos dicen cómo creer y en qué creer, y qué es la identidad y cómo asimilarla y actuarla.

Cuando Kant habla de las facultades del ánimo como posibilidades del ser (de conocer, de desear y de sentir placer) invisibiliza el trabajo social de producción del placer común, comunitario: el tiempo de trabajo socialmente necesario de producción del placer. Para Kant lo primero es el sujeto con alma, el yo con alma, no el sujeto social o el alma social, comunitaria o del pueblo (en el sentido transromántico), sino el alma del sujeto: “sujeto” a su propia alma y al concepto abstracto de ser humano[1]. Kant hace lo mismo que Adam Smith, que arranca su filosofía diciendo que en el principio de la “civilización” hubo un sujeto-individuo productor, y luego otro sujeto-individuo, y luego ambos sintieron una natural inclinación al intercambio[2]. Gracias a esa natural inclinación nace la economía, según Smith. Y Dussel lo desmiente: “en sus primeras líneas Smith borra toda la historia humana, porque nunca hubo un sujeto primero sino que hubo una comunidad: lo primero no es el intercambio sino la vida”.

El arte (como herramienta moderna de control social y como tecnología de captación de los excedentes afectivos-imaginativos y simbólicos) no está hecho ni siquiera para el individuo, sino para el sistema de reproducción de capitales. Nuestro caso más cercano es el de Armando Reverón, que al amparo de la narrativa del artista autoexilado de la “civilización”, y utilizando esa narrativa modernísima, fue y es explotado simbólica y económicamente por la buguesía caraqueña y latino-gringa.

El otro día, mi amigo Miguel Ángel Leal compartió un video de Jimi Hendrix por Facebok. Resaltaba la capacidad del guitarrista para transmutar el dolor en música. Yo lo veía-escuchaba y pensaba que el pequeño video recuerda la inmensidad de un mundo aplastado por la modernidad hasta ser convertido en mercancía. En Hendrix estaban esas dos cosas: el recuerdo poderoso de un mundo no moderno convertido en energía para la industria cultural, hasta que a su propio cuerpo lo hicieron añicos.

En el capitalismo, las y los artistas imbuidos de la subjetividad-comunitaria suelen ser aplastados por las fuerzas de la individualidad, y reducidos a un lugar específico: salón de arte, lugar en la orquesta, puesto en la compañía de danza, producto editorial. Esa reducción nos hace creer que, en efecto, y a pesar de sus piruetas transmodernas, ese artista no es sino otro sujeto-individuo que crea para sí: para expresarse, para expresar su supuesta alma individual, y que su intento de escape es su manera particular e individual de expresar esa alma.

La función ritual no confirmada por la obra de arte en el capitalismo es confirmar la supuesta (y producida) naturaleza autoerótica narcisista-fetichista del sujeto-moderno-capitalista, la subjetividad para el consumo.

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[1] Por eso Kant habla de las facultades del ánimo como facultades humanas. Pero aquí humano es una categoría universalizante del individuo moderno.
[2] En el “sujeto-individuo” la producción de su subjetividad está “sujeta” a la individualidad, que es la forma estandarizada de producción capitalista de la subjetividad.

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