miércoles, 2 de noviembre de 2016

El potencial epistémico del arte vivido y pensado desde la exterioridad (I)

1- Comienzo razonando las palabras del título. En primer lugar, por “episteme” me refiero a saberes, a conocimientos: a la posibilidad de conocer. A lo largo del texto voy a suponer que las artes pueden servir para conocer y para elaborar conocimiento, no sólo de la subjetividad y de la propia experiencia estética, sino de la trama social, económica, política y ética.

Pero me refiero a "saberes" y no a un saber: a saberes no universalizantes y sin sustancialidad homogeneizante, sin esencialismo teorético. Saberes que operan, que funcionan en contextos específicos, y que sin embargo tienen la posibilidad de producir categorías determinantes de otras categorías y de otros campos.

2- La noción de exterioridad es la de Enrique Dussel, entendida como el territorio del ser, hacer y conocer que fue expulsado del proyecto moderno: negado, invisibilizado, opacado, pisado, aplastado, exterminado, ridiculizado. La modernidad la entiendo en el sentido del pensamiento crítico descolonial, es decir, no como una categoría temporal-estilística (como suele entenderse en la historia de las artes), sino como un proyecto civilizatorio que comienza en 1492, y que se funda en la explotación de la naturaleza y de las energías vitales de los seres humanos, transformadas ambas en mercancía comprable, expropiable, derrochable, y por último destinada a aumentar la tasa de ganancia. Ello implica la deshumanización (por racialización y "sexo-generización") de los seres humanos, y la reducción de la naturaleza a mero recurso.

3-Yo hablo desde lo que quedó fuera de la modernidad porque yo vivo en ese afuera como sujeto pobre: que sólo tiene la posibilidad de vender su corporeidad para vivir, por más universitario-letrado-blanco y hombre o sujeto masculino o masculinizado que yo sea o parezca ser.

4- Lo que voy a plantear a continuación se puede resumir así: las artes, las que están determinadas por el concepto de belleza (que deviene biotecno-belleza) y de genio, pueden ser herramientas para el cuidado de la vida, y no para la racionalidad moderna, cuyo fin es aumentar la tasa de ganancia y la tasa de plusvalía, que luego son administradas oligárquicamente, es decir, sin justicia. Eso sí, siempre y cuando las artes sean resignificadas, reconstituidas en sus “adentros y afueras”.

5- De fondo planteo que lo bello (fundamento de lo biotecno-bello), dominado y administrado oligárquicamente, es una tecnología moderna de captación y capitallización de la sensibilidad, propia del proyecto de control mercantil de la naturaleza y de los seres humanos. Lo bello como herramienta tecnológica de captación de la afectividad y de la imaginación ha sido utilizado por todos los campos de poder en Occidente, desde las artes a la mediática, la política y la pedagogía, incluyendo muchas veces las propias perspectivas emancipatorias.

Hace casi un año Cristina Rossell, bailarina del Teresa Carreño, me habló de la posibilidad de resignificar lo bello, de resignificar esa tecnología de biocontrol de la subjetividad. Me parece que una resignificación de este tipo debe ser transmoderna, y requiere ubicar lo bello en un ámbito que no es de “fin en sí mismo” o de “finalidad sin fin”, sino en un espacio que despliegue herramientas y estrategias de mediación. Esto implica que lo bello queda disuelto en lo erótico, lo religioso y lo político. El fin de la experiencia de lo bello no sería lo bello en sí mismo, por sí mismo, sino ayudarnos a cuidar la vida, a racionalizar desde y con la alteridad, a pensar con arreglo a la reproducción de la vida (como diría Juan José Bautista), a superar el autoerotismo y recuperar y reconstruir nuestros bienes comunes afectivos y simbólicos. Sería una belleza, e incluso una poiética, no dependiente del arte, no pensada sólo desde ni para las artes.

Me parecía que el desafío no era darle a la belleza un sentido de comunidad, como hace la publicidad, o darle a todo el mundo acceso a lo biotecno-bello, como hacen las políticas de inclusión, sino de poner lo bello al servicio de la reproducción de la vida, y de garantizar su administración comunitaria y soberana.

Esto implicaría que las artes ya no se considerarían artes de lo bello, sino haceres, experiencias que utilizan lenguajes técnicos artísticos específicos para operar en realidades concretas, para actuar en realidades concretas (poiemata). Artes que no sirven para la contemplación desinteresada o para el mercado, sino que son útiles para cultivar, parir, nacer, criar, comer, amar, aprender-enseñar, encontrarse, sanar, comunalizarse: reproducir vida.

Me refiero a artes que, aunque desarrollen complejos procesos técnicos, pueden tener una función teórica o teorética (aportan metodologías para las ciencias sociales, por ejemplo); pueden activar procesos políticos en contextos específicos --no sólo artísticos--; pueden servir (mediar) para potenciar tramas sociales políticas: hacer que la gente se encuentre para construir realidades, para hacer político lo íntimo; pueden tener una función pedagógica: servir para aprender, para mejorar la relación de enseñanza-aprendizaje; e incluso pueden tener una función sanadora, como sucede con la gente que utiliza su formación técnica-artística como medio terapéutico.

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