sábado, 22 de octubre de 2016

La competencia por el reconocimiento artístico



Hace unos meses, Madaí Lugo publicó un texto que se llama “Danza en Unearte: prácticas de violencia y abuso de poder”. Plantea varios problemas que en el campo del arte son invisibles, o invisibilizados por sus propios agentes. El más importante, para mí, es el "deseo de reconocimiento". Dice Madaí:
Yo decidí detener el ensayo y hablar. Rechacé su maltrato que se origina en la presión para generar una obra cuyas fallas pondrían en tela de juicio la capacidad de la profesora como coreógrafa. Por tanto, el montaje había perdido su razón de ser ─que no es otro que el aprendizaje de los estudiantes─ para convertirse en parte de la competencia entre profesores deseosos de ser reconocidos.[1]
Si existe un trabajo consumido prácticamente sin retribución alguna, ese es el trabajo de las y los artistas (equiparable al trabajo de criar y de cuidar la vida). Su producto se consume como mercancía gratuita. Por eso quienes producen esta mercancía son, en su mayoría, jóvenes, porque el sistema los hace más explotables. Los artistas que pueden vivir del arte y que pasan de 30 años de edad son pocos, filtrados por el mercado y sus mecanismos de legitimación y reconocimiento. El culto al genio, la belleza y la búsqueda de libertad de expresión justifican dicho consumo y explotación.

Por eso las y los artistas, y quienes desean serlo, se preocupan tanto por el reconocimiento. También por eso en el campo del arte, y en general en el campo intelectual, la competencia por el reconocimiento es feroz, porque es la única vía para acceder a la renta (además de los mecanismos que ofrece el Estado, y que son limitadísimos). Después de los 30 años de edad la mayoría de la gente que hace arte vive de otra cosa. Sólo una minoría (sobre)vive del arte, y sólo una minoría de esa minoría logra acceder a medianos y grandes capitales.

Estos asuntos no son debatidos en las universidades. Seguimos reproduciendo la idea de que el arte es, por naturaleza, bueno, porque por sí mismo nos conduce a la libertad, al desarrollo espiritual y al progreso de los pueblos. Y esto es así porque Europa y Estados Unidos (incluyendo el marxismo-leninismo) nos enseñó a creer que lo espiritual y lo material son cosas distintas, y que, también por naturaleza, el arte tiende a lo primero.

Pero tal naturaleza es puro fetiche, ideología. Hasta Ludovico Silva creyó en ese fetiche, cuando dijo que en la revolución la belleza deberá seguir siendo la de siempre. Ludovico creía que la belleza es, por sí misma y en esencia, revolucionaria.

Me pregunto si Madaí Lugo piensa igual.


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[1] http://jotaceve.com.ve/danza-en-unearte-practicas-de-violencia-y-abuso-de-poder/

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