lunes, 6 de agosto de 2012

Una propuesta política para un museo impertinente



A Pedro Calzadilla 
Ministro del Poder Popular para la Cultura 

La VII Bienal de Berlín ha logrado lo que a nosotros nos cuesta: utilizar las instituciones del campo del arte para mostrar experiencias políticas-simbólicas. Aunque los movimientos sociales latinoamericanos son de los más fuertes y estables del mundo (según Boaventura de Sousa Santos), en Venezuela no siempre hemos sabido crear la versión institucional de esos movimientos —porque quizás no nos ha hecho falta o porque nos ha parecido una inmensa contradicción—.

Pero hoy esa contradicción no se sostiene. Necesitamos que las instituciones sirvan: que tengan sentido y cumplan su función social. Lo que hoy ocurre en Berlín, que para nosotros no es novedad, confirma la posibilidad de utilizar las instituciones para fortalecer procesos indisciplinados, anti-institucionales, emancipatorios y populares. Argelia Bravo y el Comando María Moñitos lo están haciendo. El Grupo Provisional lo hizo. Carmen Hernández lleva una vida profesional diciendo que se puede hacer.

Pensando en esas experiencias, y con un ánimo panfletario, quiero sumar a la lista de museos imaginarios un ítem más. Para ello me fundo en algunas exposiciones que recuerdo, y que propusieron una revisión política del campo del arte: Zona de distensión (CELARG), Cartas del barrio (MUJABO), Reacción y polémica en el arte venezolano (GAN), Entre Juyá y Pulowi (MAC), Arte y política (MBA), Desde el cuerpo (MBA), Born in America (MUJABO), Aula7: escuela de cuadros y pepeas (MAC).

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Imaginemos un escenario hipotético: la transformación de uno de nuestros museos nacionales en un espacio de activación política.[1] La función de este museo sería hacer visibles los procesos emancipatorios nacionales e internacionales. Utilizando recursos tradicionales del campo del arte, que por naturaleza son conservadores (exposición, coleccionismo, curaduría, obras), se puede, transformando el uso de esos recursos, hacer de ese museo un espacio para la creación y el fortalecimiento de redes políticas efectivas, y para la divulgación masiva de experiencias políticas concretas.

Otra función de este museo sería insertar en el cuerpo institucional (y en los sistemas simbólicos hegemónicos) el poder activo y revolucionario de los movimientos sociales. La fuerza humana laboral del museo trabajaría para mostrar procesos políticos-simbólicos, y no sólo estéticos; procesos cuyos objetivos finales sean la politización de la sociedad.

En un museo así no habría visitantes sino activistas en potencia o activistas con experiencia. No habría espectadores sino sujetos en vías de formarse una conciencia política. Las exposiciones tendrían en trabajos como Aula7: escuela de cuadros y pepas, Desde el cuerpo o Zona de distensión sus paradigmas. No se exhibirían cosas sino acciones. Se pondrían en escena ejercicios de formación y de toma de posición ante problemas políticos concretos (como hoy ocurre en Aula 7).

Las obras de la colección servirían para hacer visible el carácter político del arte, o la relación entre arte y política. Se estudiaría cómo el arte ha respondido y responde a situaciones políticas (privadas, estatales), o cómo ha formulado modelos políticos. En lugar de hacer apologías del arte moderno, se harían visibles las perspectivas políticas de la historia del arte (como la visión de Marta Traba sobre el estructuralismo, por ejemplo). Y en lugar de coleccionar sólo objetos, se crearía un archivo público de registros activos, de documentos que hicieran visible la raíz política de los procesos (comenzando, por ejemplo, por el “carteo” institucional).

La programación de este museo se dividiría en situaciones expositivas. En ellas sucederían acciones políticas tradicionales: formación de cuadros, reuniones para la planificación de estrategias populares que conduzcan a la toma del poder, etc. En cada situación expositiva coincidirían sujetos provenientes del campo del arte (curadores, promotores culturales, artistas, investigadores, etc.) y uno o varios colectivos de activismo político. Estos dos actores trabajarían diseñando y ejecutando una o varias acciones políticas efectivas, que persigan objetivos específicos. La tarea del museo sería: 1) hacer un registro activo que permita la sistematización de las acciones, y la generación y divulgación de conocimientos intercambiables (como las experiencias y las estrategias de activismo político, por ejemplo); 2) visibilizar los procesos de creación de esas acciones (a través de dispositivos museográficos y editoriales); 3) servir de espacio para el encuentro y fortalecimiento de colectivos y de personas.

Una comunidad que lucha por la tenencia de la tierra, organizada en torno al Movimiento de Pobladores y Pobladoras (por ejemplo), o un colectivo que luche por la valoración política de la lactancia materna, pueden ser acompañados por un grupo de artistas para desarrollar, en conjunto, herramientas simbólicas útiles que sirvan para resolver problemas reales. El museo sería un espacio de comunicación entre las comunidades, los colectivos y los artistas, y una herramienta de divulgación.

Ello requiere, desde luego, un equipo transdisciplinario que active políticamente el museo, reutilizando su infraestructura y su fuerza humana laboral. Al trabajar menos desde la lógica de la representación, propia de las estéticas y las políticas modernas, y más desde la participación y el protagonismo político de colectivos y subjetividades, este museo necesitaría un equipo de personas provenientes de las ciencias sociales (sicología social-comunitaria, antropología visual, cultura visual, ciencias políticas, economía, etc.) y especialistas del campo del arte.

Dos cosas más tendría este museo: 1) una relación estable con los programas de servicios comunitarios de las universidades, lo cual garantizaría la participación formativa y propositiva de estudiantes universitarios; 2) un intercambio internacional constante con invitados provenientes del campo del arte contemporáneo y del activismo latinoamericano y mundial.

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[1] Entre nosotros no tiene sentido el museo fundado en la exhibición de poéticas formalistas o esteticistas, sino en la comunicación de acciones y propuestas políticas-simbólicas, generadas por colectivos e instituciones de todo el país.

http://www.aporrea.org/actualidad/a148014.html

2 comentarios:

  1. Hey que tal, interesantísima propuesta, veo que has cambiado de parecer desde nuestra último intercambio de opiniones con respecto a "lo que se puede hacer con los museos", (http://enlapuntadelojo.blogspot.com/2011/03/patafisica-del-museo.html) me gustaría pensar que ese brevísimo debate contribuyó en parte a ello (http://enlapuntadelojo.blogspot.com/2011/04/patafisica-del-museo-iii.html). Solo agregaría un par de sugerencias: que si ese ensayo de "museo ideal" es posible, tendría que darse, porque sí, en el Museo Jacobo Borges (olvidemonos del MACC, presa de su propia colección), por su ubicación geográfica (psicogeográfica, dirían porai) estratégica, porque es el único museo que no lleva el nombre de un cinético,no lleva encima la condena simbólica del arte oficial moderno, y por muchas otras razones que me da ladilla mencionar ahorita (toy cansao). La cuestión es saber si existe la voluntad política para que se realice tan maravillosa idea. He detectado que hay, si, muchas personas interesadas en que algo así se lleve a cabo, lo que faltaría sería la articulación de dichas individualidades, para por lo menos trascender de la discusion internetera sobre estos tópicos. Otro detallazo a evaluar, es saber si realmente los movimientos sociales de base que están actuando (incidiendo) en estos momentos en la escena política, colaborarían con "el museo", si aceptarían que sus experiencias llenas de vitalidad se "musealicen" o sean "objeto de estudio" de los "especialistas".¿Acaso es necesario? Creo que allí habrá conflicto. Para finalizar mi comentario, agrego que a mi parecer existen actualmente muchísimas iniciativas en nuestro país que me atrevo a etiquetar de "Arte activista", pero lo curioso o interesante es que están ocurriendo fuera del campo establecido del arte, están existiendo y desarrollandose sin la necesidad de "hacerse visible" como arte contemporáneo. Esa es otra paradoja interesante, como pa seguir discutiendo pues.

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  2. Hola, Guaigua, lamento responder tan tarde. Pues, mira, sí que me pasé de maraca. Como me dijeron luego Carmen Hernández y Carmen Alicia Di Pascuali, ese museo posible que planteo debe ser más bien un espacio de activación de imaginarios en algún edificio abandonado, y no un museo. Y tienen razón. A veces me descubro que yo también vivo el sueño musófilo por momentos (estoy formado en esa tradición) pero luego me doy cuenta de que, en estos momentos, no tiene sentido el museo más que para ser lo que es: mausoleo. Si ocurren cosas interesantes ahí de vez en cuando, pues bien, chévere. Pero la naturaleza de esos espacios puede más que el hambre.

    Todo lo que dices del Jacobo Borges suena muy bien y estoy de acuerdo, pero creo que nuestras energías deben enfocarse a lo últimos que planteas: los colectivos populares de creación de imaginarios. Esa gente no requiere museos, aunque de vez en cuando los utilicen. Porque eso sí siguen siendo los museos: espacios políticos y mediáticos, y como tal se pueden usar (al menos de vez en cuando)

    Esos colectivos de "arte activista" están actuando, como dices, fuera del campo del arte. Yo trabajo con algunos de ellos, aunque eso implique de alguna manera una vinculación con el campo del arte (que tampoco niegan), y con ellos me voy a sitios (teóricos y prácticos) que, para mí y en estos momentos, tienen mucho valor: me sacan del mausoleo. Y eso se los agradezco en el alma.

    Ey, man, a ver cuándo nos conocemos.

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