domingo, 5 de septiembre de 2010

Con Bolívar, contra el significado


Bolívar existe en la imagen. Su iconografía lo demuestra. Desde José Gil de Castro hasta la guerrilla comunicacional, desde Arturo Michelena y Tito Salas hasta su esqueleto televisado, la figura de Bolívar pervive y se transforma.

En alguna pared del Oeste caraqueño todavía se puede ver la figura de un Bolívar grafitero. Es un esténcil basado en un dibujo de Kael Abello. La imagen apareció en el año 2007 en la portada de la revista Día crítica. Su significado es radical: para voltear el continente, como quería Torres García, hay que acabar con el significado, como hacen los grafiteros del tag. Incluso ese Bolívar será borrado; pintarán rayas sobre sus rayas hasta que sólo quede una línea de su dibujo. Entonces habremos reducido nuestro vocabulario a unas pocas palabras. Los nombres regresarán a las cosas. Nadie tendrá que usar la palabra “revolución”.

La reproducción mediática de la osamenta del Libertador es otra cosa. En ella triunfa el significado. ¿Imaginan si esa tumba hubiese estado vacía? Sería lo mismo. El sepulcro vacío es la confirmación del espíritu hecho cuerpo. Habríamos visto una manta expuesta a rayos ultravioleta. Se habría revelado, en un paño de Verónica, el rostro de Bolívar. Los protocolos militares habrían continuado; las pompas fúnebres seguirían intactas. Lo importante es la estructura mediática, el significado, el signo digital repitiéndose hasta el infinito.

Una imagen así, tan codificada, quizás se instale en la memoria colectiva, pero no arremete contra lo esencial: su significado queda intacto. No le hace daño a nadie. No atenta contra el estado de las cosas, ni contra el discurso histórico hegemónico. Su sentido está limitado por el código, por la reproducción mediática. Allí interesa más el medio que el mensaje. El medio es el mensaje. Abierto el ataúd, Bolívar se hace prescindible. Sobrevive la televisión.

El Bolívar grafitero, en cambio, atenta contra sí mismo. Es una figura iconoclasta. Está a punto de desaparecer, como todo lo vivo. Alza el instrumento de la nueva guerrilla. El spray borra todos los significados de la ciudad, abre un hueco en todo lo que significa: en la publicidad comercial y en la propaganda institucional, en la propiedad privada y en la común, en el zócalo del Bolívar ecuestre de Tadolini y en el sistema de transporte público.

La verdadera guerrilla y la verdadera revolución quieren borrarse a sí mismas, quieren dejar de ser. Exigen ser borradas por lo que crean. No quieren reproducirse en el código porque son impulso generador de muerte y de vida. No quieren instalarse en el tiempo porque eso representaría el fin de su poiesis.

Cuando el esténcil del Bolívar grafitero sea borrado por grafiteros, entonces la guerra sí será a muerte.

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