lunes, 20 de septiembre de 2010

La erótica postergada del arte contemporáneo

A la izquierda: La humanidad objetivada, de Argelia Bravo; fotografía de Gustavo Marcano.
A la derecha: portada de la edición número 58 de CAL.

Las imágenes del llamado "arte contemporáneo” no me seducen. Me interesan, me ponen a pensar, me convierten en un sujeto político, pero no me erotizan. No hay una erótica en los registros forenses de Argelia Bravo, ni en el cuerpo desnudo de Ana Mendieta. Esas imágenes no pueden seducirnos porque, como dice Carmen Hernández, “en el arte contemporáneo el cuerpo deja de ser forma de inspiración capaz de expresar un concepto de belleza o de deseo, para configurarse en pretexto de investigación sobre la subjetividad y la estructura social que lo conforma”. Nos pueden interesar los mecanismos de ese arte, sus estrategias retóricas, sígnicas o denotativas, y ese interés puede ser teorético, antropológico, moral o político, pero no erótico.

En cambio, las manipulaciones visuales del diseñador gráfico --ese artista menor-- me erotizan de muerte. Una página compuesta por Luis Giraldo, un libro diseñado en el taller de Álvaro Sotillo o un emblema de Gerd Leufert, a pesar de estar determinados por la exigencia de lo funcional, nos seducen, en el verdadero sentido de esa palabra, es decir, nos pierden, nos desvían del camino correcto, claro y tangible de las sensaciones significantes.

El registro manipulado del cuerpo herido de un transvesti también nos desvía, pero pronto nos conduce al territorio del significado, de la imagen denotada. Un emblema de Leufert también denota, pero su función comunicativa no abarca el cuerpo entero de la imagen. Un libro de Sotillo tiene que seguir siendo un libro, y sin embargo no se agota en la exigencia de su función. En la obra de esos diseñadores siempre aparece y siempre se oculta “algo más”, un riesgo, una zona sin traducción, una mancha en el significado que posterga ligeramente su eficacia funcional.

En el arte contemporáneo ocurre lo contrario; las imágenes apuntan hacia un discurso significante, contenido. Y allí donde pudiera aparecer u ocultarse “algo más” surge el peso del discurso textual, del código cerrado (al estilo de la pintura academicista del siglo XIX), y ya no corremos ningún riesgo. Así, por ejemplo, un video de Juan Carlos Rodríguez transita el camino seguro del significado, aunque ese significado represente un peligro para la vida social y política de quien lo enuncia. En cambio, una doble página de la revista Cal, diseñada por Nedo, corre el riesgo de no poder ser leída, a la vez que nos pone ante la visión de lo imposible y ante las puertas de Fantasía, “ese lugar peligroso”, como decía Tolkien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario